sábado, 17 de mayo de 2014

Ella se va de casa

Ella se despertó esa mañana somnolienta. Miró por la ventana los últimos recuerdos que iba a conseguir robar de la casa que tanto había amado. Otoño se acercó de tal manera a su cara que sus lagrimas saltaron en una pirueta majestuosa. Nuestra casa ya no era nuestra casa. Y su casa ahora debía dejar de serlo. Yo me precipitaba por la escalera todas las mañanas (cuando todavía vivíamos juntos) para hacer el desayuno y para hacer un desfile cuando ella bajaba. ¡Oh, por dios qué esplendor!. Ella es hermosa. Se levantó sin embargo hoy de mal humor. Porque hoy es su ultimo día en la casa y por consiguiente, nuestro último día juntos. Yo supe siempre que la había encontrado de casualidad. No había destino en escena tan fortuita. Los dos formamos en ese momento una espiral que nos condujo como un remolino de ensueño hasta esta casa. Hoy espero hacer que vea mi rostro y se quede, porque !ELLA SE TIENE QUE QUEDAR¡. Tiene que estar acá conmigo. Pero se ve decidida a irse. ¡Cuánto pensé que podíamos estar juntos para siempre!. ¡MENTIRAS¡ nunca pudimos. Nuestra casa, esta casa, siempre de dos pisos, bien iluminada, con una ventana que hacía durar la primavera hasta el invierno. La más hermosa de todas. Pero por supuesto, esa hermosura no emanaba radiante de la casa, sino que se desprendía de Ella. Ella era la hermosura de la casa misma encarnada. Haciendo siempre que el aire fresco se respirara hasta los huesos con una sensación cálida que te acogía. ¡Oh! Me pasaba horas mirándolas a la casa y a ella. Pero más a Ella. Su pelo castaño claro hasta las rodillas me hacían querer saltar de alegría todas las mañanas y noches. Cuando se iba, aunque sea por sólo dos horas, ya podías empezar a ver como la casa envejecía y se oxidaba. Las dos se compenetraban de manera tal que ninguna podía separarse de la otra. Nuestra vida juntos, los tres, fue excelente. Los pasillos que cruzaban la cocina hacían resonar nuestra felicidad y nos envolvía como un caparazón que nos alejaba de cualquier otro problema. Pero todo tenía que decaer. Cuando íbamos a ser cuatro, nuestro hijo murió sin siquiera haber nacido. Nuestros sueños parecían haberse desviado. Pero yo nunca dejé que se fueran, debíamos estar debajo del tren, pero que !NO nos pisara! ¡NO!. Yo no habría permitido esto nunca. ¡NUNCA!. Luego de unos años fue que nos repusimos sólo para empeorar. La casa ya había dejado un poco de lado su brillo. Yo me levanté a la mañana, casi despreocupado y me di cuenta que era tarde para ir al trabajo. Salí a la calle apurado, alguien habló y entré en un sueño. Sí, yo ya no podía estar más. Simplemente tenía que desaparecer de su vida tan fortuitamente y antidestinadamente como fue que aparecí en ella. Pero yo no me fui, no me fui NUNCA. Nunca pude abandonarla. La sigo viendo bajar las escaleras, ella tan sin brillo como ellas pero la amo. Hoy se despertó intranquila, lo sé. Ya se estará yendo. No pude hacer que me mire a la cara hoy tampoco. Creo que debería dejarla ir. Esta casa ya perdió su color y su castaño claro ahora es un bronce vetusto. El taxi se está llevando sus cosas. Chau, te decimos tu casa y yo. Te amamos.