miércoles, 26 de noviembre de 2014

Caminar

Últimamente todas mis historias empiezan caminando. No sé bien por qué, pero creería que caminar es a la vez una contemplación del tiempo que avanza y por eso nos hace pensar que avanzamos con éste, aunque siempre termine aplastándonos y erizándonos la cola (como lo hace Oxímoron, un gato enemigo que pertenece a un amigo). Ésta termina como siempre (bueno, el “siempre” es un decir) siendo una de esas historias en las que camino. Yo siempre que voy a nadar lo hago a la mañana por tres razones: está vacía, la poca gente que hay es divertida y la profesora está muy buena. Pero hoy ha sido diferente, ante la resaca de una noche de “rebentón” dirían algunos (nadie que conozca) perdí una de mis clases y al otro día decidí ir a recuperarla a la tarde. Peor error no podría haber cometido, pues mis observaciones de la mañana eran totalmente contrarias a las de la tarde. No entraré en detalles, porque en realidad no vienen al caso. Cuando hube salido del establecimiento, comencé a caminar. Y es aquí donde el tiempo (aunque yo cansado y él eufórico) me enfrentó a un escenario interesantísimo.
Yo caminaba mareado por la calle de un hospital y comencé a acercarme a éste avanzando a pasos arrítmicos. Una ligera sospecha nublada cubría el ambiente, y comenzaba a escucharse una armónica que ejecutaba pausadamente un blues desde un quiosco que por el calor tenía la puerta abierta. Alcancé a divisar al ejecutante de tal melodía, estaba absorto en su música, nada más le importaba. Del hospital salió un hombre en bata celeste arrastrando una camilla. Pero ésta no estaba vacía, un bulto blanco, del largor de una persona media se extendía sobre esta. Lo blanco no era piel, sino una sábana que cubría la piel muerta de un ser desconocido aún más blanco. La armónica sonaba con más fuerza. Al tiempo que el hombre en la bata celeste era interrogado por la pareja más inofensiva (y dicho sea de paso inoportuna) de ancianos que podían ser vistos en las calles de córdoba.
-Es acá la estudio del señor K.-bondadosamente preguntaba al hombre y al cadáver.
-No sé- respondía aquel ser de bata mientras empujaba la camilla (y al cadáver) dentro de la ambulancia)- creo que serán dos cuadras más para allá. Y logró meter la masa blanca dentro del camión. En todo este tiempo sólo pude pensar en ella. Pero ¿por qué? Claramente no está muerta, no trabaja en hospitales, con el blues no quiere saber ni jota, no está relacionada con el señor K. (doctor K.) y ni siquiera le gusta nadar tanto. Es que tal vez todas las situaciones tienen algo de ella. Estupefacto, sin entender cómo esto era algo tan común. Luego entendí que sí lo era, algo totalmente natural pero que en el momento era incognoscible para alguien tan destrozado de cuerpo y alma como yo.

Seguí caminando tratando de apaciguar en mis oídos el sonido de la armónica. Por 4 cuadras las muchedumbres se sucedieron en cada puerta de cada hospital que pasaba. Ninguna triste por la vida de un hombre que sólo valía un blues en La Mayor. Los chicos compraron helados y ventiladores fueron vendidos en los locales cercanos. Al fin libre, logré deshacerme del shock.  En estas cuestiones es mejor comprar bananas y retirarse a su casa a escuchar Miles Davis con café. Caminar cómo siempre redujo las cosas a una innegable absorción por parte del tiempo y dejó en descubierto que los hombres pueden morir incluso en una tarde nublada, escuchando música cerca del consultorio del señor K. mientras yo pienso en la mujer que amo luego de un mal día en la pileta. Un camino sólo es una linea de tiempo en todo caso. 

sábado, 22 de noviembre de 2014

Oraciones subterráneas Plegarias descendentes

A veces los sonidos se mezclan y mis ascensores difieren.
Aquel al cual no quise abandonar,lo até y lo maté de hambre.
Entre una y otra, entre uno y afuera.
Costas y costas de plomo me hacen feliz.
Ya el tiempo es un reflejo de una esquina iluminada, donde se ve la silueta de un hombre que con su dedo mueve las corrientes de aire invisibles en la noche.
No deja rastros de su partida excepto por un pañuelo mojado.
Lentamente, los sentidos se vuelven todos el olfato y suena en la atmósfera el olor a cigarrillo.
Cartas tiradas en el suelo son la suciedad de mis palabras que cuelgan de un hilo y levantan vuelo en las brisas cerca de un río.
Entroncan los desalineados fiordos que mi piel crió y regaló a un mundo de maíz.
Tal vez los pájaros sedientos de fragancias de mar, puedan devorarlo junto con la saliva que acabo de desperdiciar.
Porque en esta burbuja fétida, las moribundos cables hicieron el escudo que en vano llora de inmensidad.

domingo, 9 de noviembre de 2014

La sonrisa del Joven Miles

Parecía como si le faltara un ojo de la cara. Cerraba un ojo mientras dejaba el otro abierto para verla en planos diferentes que lo hagan disfrutar más de su aparentemente aburrido diálogo con la foto. La exposición había empezado a las 13 horas, pero él llegó tarde porque nunca alcanzaba a almorzar antes de ese horario. Había recorrido ya toda la muestra del afamado fotógrafo, excepto por una foto que estaba ubicada en el último piso del museo. La graciosa imagen de una sonrisa que se pintaba como una redonda linea sobre el rostro de una chica captó más que nada su atención. Se complementaba con él como si fuera algo que hubiese dibujado aunque cualquiera hubiese podido blandir el pincel y cortarle la cara con una "u". Se encorvaba de costado pensando en que esto ayudaría mejor al entendimiento de las emociones expresadas por la chica. No sabía si estaba funcionando. La cara a veces se redondeaba, casi plácida en su curva, pero no podía de verdad saber si esa chica estaba realmente siendo feliz. Tal vez la estaban torturando y amenazando de muerte para que sonriera y tomarle una foto que valdría una buena plata. No quería encontrar ninguna ventanita escondida como Castell, sólo quería saber el motivo ¿Qué podría hacer que esa persona se pensara feliz en ese momento y sonreír de tal forma?

No era una risa como la de la Mona Lisa, sin duda, pero se asemejaba a esta en ese trato tácito con un autor. complicidad de ideas, hilos que se tejían entre el fotógrafo y la persona, dejando fuera del telar aquellos seres que habitaban alrededor de la sonrisa. Estos, como sombras imaginarias tomaban parte en la mejilla izquierda que era aquella que estaba más alejada de la cámara. Se encontraban ahi, entonces, esas pecas nefastas que aparecían como ruidosos agudos disonantes en una sinfonía. ¿Cómo podrían ser parte esos adefesios de una foto que debe expresar felicidad en el observador? La realidad era que no había ningún objetivo puntual en analizar estas pecas, sólo desviaban un poco la solidez con la que el Joven Miles venía armando su crítica a la sonrisa.

 La permanente mirada de soslayo que sostenían los ojos de la chica no reflejaban demasiado, sólo que había un punto al cual mirar. Tal vez ese punto no era el fotógrafo, ni el paisaje natural, imaginando una cuarta pared que haya sido consecuente al fondo, sino que haya sido el mismo Miles, como un objetivo secundario de la chica. Pero ¿Por qué esa chica le estaría sonriendo a él? En sus ojos (los del Joven Miles) se empezaba a dibujar una angustia, como si una condena le hubiese sido puesta sobre su persona en ese mismo momento. Una duda le estaba resultando fatal. Veía la sonrisa, veía los ojos, veía las montañas, los pinos, los lagos, las sierras, la fauna; pero más que nada veía ese ardor de alegría que brotaba en una emoción incansable sobre la imagen impávida de la chica.

 Bien podrían estar ofreciéndole algo valioso, algo que esté entre las cosas más valiosas en este planeta, algo como oro o redención u otras de esas absurdas posesiones que el hombre esconde en sus cofres sólo para ser parte de un definitivo olvido, pero que sirven para sustentar una vida precaria.

Pero entonces ¿Por qué le sonríe al Joven Miles? Ahora ya tenía que responder dos preguntas y esto le molestaba mucho a Él, y le pareció un poco que a la chica de la foto también. Tal vez sus cejas marrones habían decaído, un poco  o mejor dicho, arqueado un poco hacia el centro de la cara, pero su sonrisa brillante permanecía como un muro de engaños puesto al sol y que no permitía ningún traspaso de información. Ningún por qué podía ser deducido de esa sonrisa. Pero justamente, si no había ningún por qué. entonces ¿Por qué? Joven Miles no dilucidaba una respuesta y se concentraba plenamente en la contemplación de la foto. ¡No le sonrias más! Empezaba a inquietarse y el tiempo se fundía en la sola forma de las olas que componían la atmósfera del museo. Volaba una aire de plomo por sobre su cabeza, exprimiéndola de forma dolorosa.

La sonrisa seguía inamovible de su contexto, aunque cada tanto resultaba un poco más alegre para el que la veía. Ya empezaba a ser una pesadilla. Tenía la esperanza de que la sonrisa no fuese un momento fugaz inmortalizado y que algún día se disolvería como el polvo en el agua. La sala ya empezaba a oscurecerse: el museo estaba cerrando.

Entonces lo encontró. El motivo se hizo tan claro en su mente y a la vez había sido oscurecido de golpe. Había transformado esa ansiedad por odio. Las monstruosas pecas, los ojos inútiles, el paisaje alrededor de la chica, su voluntariedad para sonreír, las masas deformes que se escondían como ideas dentro de su mente mientras le tomaban la foto, el fotógrafo que actuaba como perpetrador de la malicia que le estaba provocando, todo apuntaba hacia él. Se estaba burlando del Joven Miles con su estúpida sonrisa. Le echaban en la cara la felicidad que no se podía alcanzar con meros objetivos, sino con un instante. Eso convenció al Joven Miles de que esa maligna sonrisa era una obra esculpida para criticarlo, para comunicarle desde un mundo aparte que no existía tal cosa como la felicidad, sino las sonrisas proyectadas hacía un punto infinito. Esto lo irritó.
Cansado de ser insultado, sacó su encendedor rojo y maniobrándolo como haciendo esgrima, lo acercó al diablo ensoñado que tenía al frente.
5 años luego, salió de la cárcel y contento tarareando el segundo movimiento del primer Concierto de Brandenburgo de Johan Sebastian Bach, siendo esta una melodía muy contraria a su humor.

sábado, 1 de noviembre de 2014

La Ciencia de los Inútiles (homenaje a Omar)

Tomó café. Se vistió. Dejó lo demás a un lado. No quiso ver a nadie, se sentía fatigado. Todo el trabajo que quedaba por delante sólo lo hacía ponerse más nervioso. Salió a las calles, dio una vuelta a la manzana y volvió a su casa. Sólo en su sillón fumaba una pipa. Dejó de fumar. Se agarró la cabeza y luego gritó muy fuerte. La gente lo escuchó desde afuera, pero sólo fue otro grito común en la tormenta de una ciudad. Verde y rojo, verde y rojo. Supuso que debía hacer algo, pero nada salió de su mente. Se encerró por días tratando de terminar sus trabajos pero lo único que conseguía era agarrarse la cabeza y gritarle al ruido y al silencio como si fueran un amalgama de sonidos. Miraba las guitarras en el piso ¿Por qué no querían calmarlo?. Sintió que la locura lo envolvía a tal punto que no dejaba de hablar consigo mismo sobre la próxima cosa que debería hacer. Nada. Las pantallas estaban prendidas y lo embobaban cada tanto, lo distraían de su rutina. "No se puede" decía cada tanto, "me rindo" y se acostaba en la cama sin lograr que sus párpados se juntasen para entrar en el sueño. Su cabeza volaba, y sus piernas se movían como un auto, pero encerrado en su casa. Lo único que hacía era ir y volver mientras repensaba su vida una y otra vez. Catalogaba los errores, hacía cuadros de doble entrada (en su cabeza) sistematizando los hechos de su vida, poniéndoles un fin y una causa. Nada se escapaba de la ardiente mirada del reloj que daba vueltas sin ninguna objeción, despiadadamente. Entró y salió, saltó y se agachó. Pero el paisaje no cambiaba. No podía mantener la mirada fija en un punto, porque en seguida este se volvía borroso y ya se estaba volviendo algun otro punto de alguna otra parte de la habitación. Su encierro se hacía cada vez más solitario. No podía moverse a la cocina, le daba miedo lo que podía hacer con todos esos cuchillos ahí. Desesperado por sí mismo, retrotraído a un mundo que es infinito y finito al mismo tiempo, nada podía encontrar en sí mismo. No se puede ver más allá de nada. Los mundos paralelos que se conectaban en su mente afloraban, pero él no era parte de ninguno de esos mundos y eso le dolía más. Ya no podía confiar en su reflejo. Sus ojos inyectados de sangre denotaban que no había dormido en mucho tiempo. Re pensó muchas cosas. Luego las descartó. Nada en este mundo le servía para escapar ni de su sombra, ni de sus ojos inyectados. Comenzó a contar: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9... 1001, 1002, 1003... 16074, 16075... Dejó de contar. No había solución en los números tampoco. La lógica era un enemigo del sentdo irracional que tenía su comportamiento. Él era un -1. Ya sin darse cuenta, dejó de ver. Sólo veía las imágenes que su mente disponía para él. Pedazos de papel. Árboles quemándose. Falta de gravedad. Pasos para atrás. Páginas devoradas. Lamentos que corroen.
De pronto, en plena corrosión, se encuentra tirado en su cama. Yacía como si estuviera ya muerto, pues para él ya lo estaba. Como dos bóvedas sacras, sus párpados se cerraron y tiraron la llave a un río que pasaba por el living. Se encontró en un desierto, frente a un oasis. El viento soplaba suave y las espinas de los cactos pinchaban como plumas. Sentía dolor, pero un dolor tan hermoso que lo adormecía. La cómoda brisa pasaba desfilando, esperando que se le tomaran fotografías. La arena estaba ahora arriba y debajo de su espalda. Miró a su lado y un asfódelo tímido se escondía detrás de una roca grisácea pero graciosa. No la arrancó, pero la acarició con delicadeza como una madre. Sonrió. "El mundo no acaba si el hombre hace muros sin sol" pensó, sin saber si estas palabras se las inducía el mismo sueño o si las había dicho él. Tal vez era lo mismo.

viernes, 3 de octubre de 2014

Sólo una manga

Hay ciertos encuentros que no se realizan en un momento dado del tiempo, sino que lo hacen en el pasado. Ciertos sucesos carecen de compatibilidad con aquel espacio-tiempo en el que se los encuentra. Sin embargo, como ya habrán tomado su lugar en el pasado, pueden suceder de nuevo, pero siempre en estancados en ese momento. Cuando uno entra a aquel santuario olvidado de la memoria, es decir, aquel edificio abandonado que una vez construyó con mucho orgullo y que ahora las ruinas lo devoran y las ruinas caen en él como lluvia, no puede vestirse con el presente. Uno debe disfrazarse de lo que uno era. Este disfraz hace de pantalla de aquello que no se quiere mostrar como lo que es. Ese modo de proteger al otro del "monstruo" (a ojos del otro) en que uno se ha convertido porque sabe que no lo podrá resistir, que aquel nunca hubiese querido que se terminara así. Por eso nos vestimos de ese recuerdo que los demás tienen de nosotros, no para no mostrar la madurez de nuestro ser, sino para no mostrar aquellos mal llamados "monstruos" a los que se les tiene miedos. Los encuentros originados en el ojo de este huracán de la memoria, son invisibles, pues una de las partes no sabe con quién está realmente, pero tiende a comprender más de lo que se piensa.

Algo de toda aquella sabiduría que se nos ha sido legada escapa del disfraz. Se hace ver como una aparición en nuestros ojos, como un trueno que cae de lleno en la mañana roja de la conciencia. Una rama se desprende del árbol como si siempre hubiese pertenecido al suelo y no al vegetal. Una manga, sólo una manga es posible descubrirse de aquella maraña de mentiras que antes eran verdades. Sólo una manga, una muñeca se extiende y deja al descubierto la carne negra de nuestro cuerpo. Una manga. Se entra, se descubre la manga y luego de esto no queda más que irse, porque esa insinuación de nuestro presente ya destruyó todo aquel ayer que se intentaba reconstruir de las cenizas. Se entra, se descubre la manga y se va. Dejando en realidad una parte del presente en el otro para que comprenda la carga que se está llevando, pero ocultándola de su vista, porque a él le hace más mal que a nosotros. La manga se descubre y con ella una parte de la verdad, que es en realidad toda la verdad, todo el presente que destruyó sin piedad a la nostalgia absurda de un pasado sin rumbo. Ahora sólo queda irse. Marchar y marchar. Infinitamente caminar sin entender por qué, pero descubriendo la manga si hay que hacerlo.

Luego de caminar ya unos minutos, no se vuelve. Nunca.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Las ciudades estables

"Las imágenes de la memoria, una vez fijadas por las palabras, se borran- dijo Polo- quizá tengo miedo de perder a Venecia toda de una vez, si hablo de ella. O quizas hablando de otras ciudades, la he ido perdiendo poco a poco" Ítalo Calvino- Las ciudades Invisibles.


Cada vez las ciudades tienden a fallar más. La convicción de que en un pueblo (sea catalogado como ciudad o no) el tiempo da vueltas a menos revoluciones que en una ciudad entró en mí hace ya hace unos pocos días como un hombre que entra en el vestíbulo, deja su sombrero de tres puntas en el  perchero y luego de limpiarse los zapatos, entra a la casa. Las cosas suelen verse diferentes cada vez que hago un viaje más hacía mi pueblo, pero lo que cambió drásticamente esta vez, fue una pelusa que se había atorado en mi ombligo. Esa molestia que venía de aquellos virulentos espacios citadinos que no esperan la hora del ocaso.

Se convierten, en el paso de un espacio a otro, los canillitas que respiran hollín a las 7, las jóvenes desnudas que salen al balcón con los pechos lívidos, los autos apelmazados en una esquina retrasando las agujas del reloj, los guardias de seguridad que dan paseos inmensos por los edificios, los hombres a los que les gusta el aire infectado de golondrinas y palomas, las casa planas con gente tomando sol en los techos mientras humean los termos y las hojas secas que caen sin consideración de los niños que las pisan en las plazas; en señores altos sin relojes que entregan los papeles al aire frío, señoras que cierran sus ventanas y sonríen con consideración, perros que aúllan a las nubes que son las únicas que reciben cálidos abrazos, niños que les gusta jugar al mago blanco en los patios de los zorzales, los triángulos vistosos de madera en los que reposan los longevos vecinos de todos en la comodidad de su hoguera y las desequilibradas lluvias que juegan cuando dobla el viento en las esquinas vacías de algún vistoso cerro. Estas imágenes se desplazan por dos ciudades diferentes tratando de licuar sus sólidas estructuras, y establecer entre ellas un contacto al menos. Se siente a veces que una es la otra, así a veces son los hombres altos los que respiran el hollín, y otras las jóvenes desnudas las que cierran las ventanas cuando tienen frío. 

Al parecer ciertas horas en mi pueblo pudieron realizarse como si fueran sueños flotantes casi tangibles con el dedo pulgar. Pude entender por qué regresaba y por qué me iba. "No vas a volver" me dijeron muchas veces, creo que tanto ella como yo lo sabíamos, pero mis respuestas siempre fueron "no sé". Una mentira necesaria.

El pueblo permanece inmóvil. Su estabilidad es tal que incluso las campanas vibran por un corto periodo de tiempo. Asombrada, permanece petrificada como si a algún pintor decimonónico se le hubiera caído la paleta de tonos grises sobre la de colores y una laguna planchada como espejo se hubiese formado en la tierra.

En ciertos lugares se suele saber más del silencio que de cualquier otro sonido. Mi pueblo es uno de estos. El silencio te habla y te deja respirar a la sombra de algún ciprés. Te deja evocar vidas pasadas en las que se sienten instantes de felicidad y nostalgias de guitarras tristes. Por eso es un lugar al que uno no puede volver definitavamente. El aire helado que entra en los pulmones te deja un sabor amargo pero sólo lo deleitás por un instante. Sólo podés disfrutar este mientras seas consciente de tu salida. Como cuando el hombre de sombrero de tres puntas tenga que volver al vestíbulo pero esta vez para sacar su sombrero de tres puntas del perchero luego de haber paseado alegremente por la casa. Así los autóctonos descansan en apacible sueño con el tronador que mece la cuna pedregosa y blanca con su mano de azul. Pero no los extranjeros, ellos deben esquivar y disfrutar al mismo tiempo, porque el silencio se hace eterno en esos días de sueño.
Así los habitantes del pueblo entienden que su destino es vivir estancados en la cetro de Cronos, a pesar de ver las fugaces caras de desconocidos que envejecen envidiando su suerte sin decirlo nunca.


domingo, 14 de septiembre de 2014

Los alambiques

Los "alambiques", así llamados en el continente que queda al nornoroeste de otro continente, son bestias que se esconden de la vista del hombre. Sólo les gusta tomar sol de noche, así que simplemente no toman sol. Estos seres son muy peculiares ya que sus patas suelen tener entre 4 y 5 dedos, y la forma de estos, al igual que la de sus cuerpos, es alambiquelar. Con mucha facilidad se escurren entre las selvas húmedas de aquél continente confundiéndose con ramas chuecas y plantas que podrían haber sido despedazadas por algún huracán triangular (típico de los continentes del nornoroeste). Se apegan mucho a la caza nocturna,teniendo como objetivo la carne con sazón incorporada, de los animales más escurridizos de todos: los instrumenticos (llamados así por su forma instrumentística). Estos suelen arrastrarse al ras de la hierba por las noches para parapetarse de su depredador. Los preferidos de los alambiques son los que tienen forma de oboe, pues estos se deslizan mejor a través de su sistema digestivo alambiquelar. Por eso no se escuchan tantos oboes en el cielo negro de aquellas selvas. No hay manera de que un alambique confíe en otro a la hora de cazar, pues son animales muy solitarios y no les gusta la compañía de nadie. Esto hace también que mueran de una manera muy particular y juglaresca. Pues los alambiques no son animales de por sí muy inteligentes, y de geometría no saben nada (esto se está estudiando en la universidad de algún continente del surnoreste). Así es que los instrumenticos con forma de saxo presentan un verdadero peligro para los alambiques, pues estos, sin darse cuenta del riesgo que implica, intentan comérselos en un último error fatal. Los instrumenticos saxo, se atoran en el cuerpo de los alambiques y al contraer y descontraer (repetidas veces) estos su enorme cuerpo alambiquelar para tragarlos hacen que los instrumenticos saxo despidan una suave balada de su hocico instrumentístico. Los alambiques mueren ahogados unos 43 minutos después de iniciada esta pelea. Por eso en aquellas selvas del continente del nornoroeste, si se escucha una balada triste que tiende a embellecer la noche, significa que un alambique está dando su último hálito de vida ofreciéndonos un hermoso concierto nocturno a cambio.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Dígaselo conmigo

-Vamos, usted, no sea maricón y dígale.
-No le digo nada.
- Dale, dígaselo, ¡Ya estamos grandes, Che!
-No le digo una bosta.
-Si le dice.
-No le digo, no le digo y no le digo y que venga el que quiera que lo destripo.
-Pero no se haga el sota usté, che, si sabe que quiere decírselo.
-Me importa un corno lo que usté piense.
-Dígaselo, hágalo ¡Dígaselo conmigo, viejo!
-¿Pero vos vas a estar ahí?
-Más vale hombre, si amigos pa' que los hay.
-Bueno, pero no se me vaya usté a hacer el retobao, se queda acá no más al frente.
-Dale, dígalo conmigo.

Los Dos Viejos empilchados terminan de hablar. Uno de ellos se da vuelta en el medio del barcito, se arrodilla ante una hermosa muchacha, rubia de pelo largo sedoso y ojos castaños, y le declara su amor. Mientras tanto el otro se queda sentado en una de las sillas con una sonrisa de alegre dentadura, y al quebrar de las rodillas del primero, cae al piso muerto.

Para entendedores que entienden lo infinito del entender

Y así es ¿Entienden? las humanidades vienen, humanidades van, son, no son, viven, no viven, mueren, no mueren, conquistan, no conquistan. Las hachas caen injuriosas sobre las almas que no saben qué hacer más que gritar. Los niños levantan la cabeza para reposarla una última vez en las de sus madres chorreantes en amaneceres de sangre. Montañas y ríos se levantan y se extinguen en la genuflexión de un dedo anular. Bosques caníbales de la decepción se ciernen ennegreciendo la ya oscurecida galaxia en quien sabe cuantos muertos de años. Pirámides de dolor acumulándose en las espaldas de culturas inexistentes ya. La mirada simple y fugaz de un momento se extinguía de pronto en la levedad de un pelo. Pronto los huesos sarnosos, ahuecados y más corroídos por voraces escatófagos, de las paredes de esta biblioteca dantesca, "buscan su camino" a través del tiempo ¿Entienden? Busco en mi bolsillo, saco un pañuelo, lo limpio. El fuego ahora está arriba. Crujen las imágenes desfiguradas de las vírgenes que solían descansar sobre estas planicies. Vuelve. Negro, rojo, azul, verde revuelven en remolinos la continuidad de los seres haciendo de todos ellos un líquido pastoso, inodoro, que es comparable al arroz con leche; oigo sus muchas voces agradeciendo sus vidas y las estrujo como si fueran alientos que deja el frio de la mañana. No hay piedad. Sólo se oyen ahora las acabadas cenizas de una civilización de bárbaros. Rebotan y rebotan. ¡Dejen de rebotar! Los infiernos cambian su nombre: son estaciones. Todo vuelve a un hilo. Y yo todavía no puedo decirle que ella me gusta un poquito ¿Entienden?

Incongruencias incongruentes

Las palabras ya se desvian de mi mente sin que yo pueda encaminarlas hacía la ruta que necesitan. Aborten. Repito. Aborten. Todo se fue a la mierda. A la recontra mierda. Repito. A la mierda. Aborten. Repito. A la mierda. Repito. Aborten. Repito. Error. Aborten. Repito. A la mierda. Repito. Repito. Rep... Ya no aguanté escucharlas más y las maté. Verdad que hice bien. ¿No?

Un día en el café surrealista de las Complicidades dulces

-Un café, María, por favor.
-¿Con 14 de azúcar como siempre?
-No, esta vez 17 María.
-Como diga señor.

Cuentos para chicos con finales para adolescentes y enseñanzas para adultos parte 1

-No no no no no nononononononononon ¡NO! tu todavía no has visto nada de lo que se encuentra entre estos muros muchacho- Dijo con una voz aguda y nada estable el ser altísimo de color violeta.
-No no no no nonononononononon ¡NO!- Repitió con voz aún más aguda. Avanzaron los dos subiendo unas escaleras blancas parecidas a teclas de piano de cola. Do, Sol. Llegaron pronto al primer piso, donde se podía ver una puerta de mármol con las inscripciones fuertemente talladas en ella: "No entrar". Como una puerta suele tener. Esto justamente alentó la acción contraria, es decir, quiso entrar.
-No no no no no nonononononononononono ¡NO!- chilló el ser altísimo de color violeta- ¡No puedes entrar ahi!- y se cruzó de 4 brazos. 
Acá dice en realidad que yo puedo pasar cuando yo quiero- le dijo, (que por supuesto era mentira).
-No no no no no nonononononononon ¡NO! usted no me puede mentir a mí. Ahí dice claramente: no entrar.
-Pero ¿Cómo podrías saber vos eso? Estás muy arriba, y no alcanzás a leer.
-No no no no no nonononononononon ¡No!- Muy seguro de su condición de ser violeta- paso todos los potasio de todos los mercurio por acá y siempre estas puertas tienen estas mismas inscripciones talladas absolutamente, jeroglíficamente, subrepticiamente, inconcebiblemente, univocadamente,  y nadiemente más que por mí.
-¿Pero cómo? Usted se equivoca, con todo respeto. Tal vez lo han cambiado.
-No no no no no nononononononon ¡NO! No lo pueden haber cambiado- ya dudando de su palabra de ser violeta- ¿o si?
-Pero sí. Te estoy diciendo que lo cambiaron. 
- No no no no no nonononononon ¡NO PUEDE SER!
- ¡Que si!
-No no no no no nonononononon ¡A VER!
El largo y aceitoso cuello del ser violeta se acercó para ver con sus propios ojos lo que había pasado con su orgullosa obra de arte. 
Odiseo se limpió la sangre de aquél ex ser violeta y entró. 

El Buen Ciudadano Posmo (muy original) (y con muy original me refiero a nada original)

Y sí. Porque yo soy un buen ciudadano, si hay que ayudar a las ballenas le pongo me gusta.
Y te digo má', porque yo soy de esos que cuando les cae la bronca y aparece un chiquito con ébola, le pongo me gusta.
Pero que no se hable ma' m'ijo, si se te murió tu tío 'perate tantito no má' que le pongo me gusta.
Ahi 'ta, volá, que yo como soy un buen ciudadano ya te dí el me gusta que necesitabas tanto.

domingo, 31 de agosto de 2014

Liberado

Las cosas que había visto antes no se comparaban con su cuerpo. Hubiese querido saber a quien se le había ocurrido crear tal obra de arte. El eco en la sala blanca rebotaba hacía mí mientras hablaba solo. Hace ya 5 días que fui traído a este lugar. Cuando me dijeron que estaba loco, lo único que pude hacer fue asentir, porque es verdad: yo estoy loco. No hubiese querido que fuese así, pero fue lo único que quedó luego de haber viajado por la inmensidad de valles huecos que se acumulaban en las cristalizaciones hemofóbicas de un ser que había sido succionado por el olvido hace tiempo. Así que decidí que estas paredes en las que estoy ahora encerrado no eran ni la mitad del confinamiento que llevaba teniendo desde unas eternidades, y asentí. ¡Pero qué! La puerta se abre todos los días a la hora del almuerzo y a la hora de la cena. ¡Bendito sea ese momento! Agradezco tanto haber asentido. Lo único que puede hacer que reciba algo de sol en esta plazoleta desolada de cemento es aquél majestuoso ser que se introduce en mi cuarto a aquellas horas. Cómo desearía algún día hablar con ese ángel descuidado que a veces deja caer la bandeja de comida al piso. El deleite explota cada vez en mí por eso, porque su torpeza hace que vuelva como Colón de su primer viaje a América, trayendo en vez de oro, una mopa para limpiar un desastre casi ordenado. Deja que este terrorífico suelo blanco, aburrido, amargo, insípido y otra vez aburrido, se convierta en un cuadro digno de alabanza en aquel lugar donde las arvejas de paquete se condensan en una masa verde, y el pollo a la mostaza recubre de amarillo vistoso el mármol formando un monumento dorado por sobre la angustia. ¡Ay, qué hermoso!
Esa chica que se hace llamar enfermera, alegra los espacios glaciares de este predio de imbéciles. Yo estoy loco. A veces ella suelta su negra cabellera destrabando su rodete mágico, y al contemplar el azabache perfecto, puedo recorrer aquella tempestuosa noche en la que gracias al destino de estar loco me trajeron aquí. La libertad se condensa en el cabello más fino. Cuando ella entra, sin embargo, yo trato de no mirarla a los ojos, no agacho la cabeza pero no la miro a los ojos. ¡Qué pensaría de un loco como yo! ¡Cómo podría un loco como yo mirar a esas esferas de emoción! Cuando se va entro en una nube de terror. Mi mente como está entregada al ocio eterno entre estas cajas blancas, lo único que hace es recorrer las memorias de la última visita de la Enfermera. A veces, cuando la desesperación es tal, alrededor de las 5 de la tarde, trato de mirar por la pequeña ventana de la puerta que da hacia al pasillo a ver si en una de esas ese ángel negro se aparece. Sólo pasó una vez, y fueron sólo milisegundos en los que la sombra se pudo distinguir. ¡Qué espectáculo!

Nunca salgo de esta sala. No quiero ver un loco más suelto. No hay nada más que me interese en las marionetas que solían hablarme como si fuera alguna especie de convención en la que uno se debe disfrazar de la cosa más feliz. Yo no uso disfraces, aunque sean coloridos, para mí son grises del 2. No puedo soportar que pasando el umbral de la puerta se me tenga como un inferior, como una lacra que hay que rectificar en su camino, como un perro con rabia que hay que curar o matar. Me destierran a una bóveda de frustración en la que estuve ya encerrado mucho tiempo. ¡Imbéciles! ¡Acá ya fui enterrado en mi libertad! Y ella llega cada día y me ofrece su caleidoscópico show y su pureza en el más simple de los errores ¡Oh, si pudiese escupir alguna palabra al verla!
  Hoy seguro volverá a entregarme su universo de zanahorias hervidas y carne roja vacuna que terminarán creando alguna especie de dios extraño en el lienzo de mármol. Un dios que traerá paz mientras ella vaya, traiga entre sus manos la mopa y resuelva por borrarlo como un artista que busca la perfección, mientras deja entrever la noche y sus murciélagos en la cabellera espacial.
¡Ahí viene!¡Qué gentileza la suya! Esta vez trae fideos con salsa bolognesa. Uno de estos se escapa de la multitud con la que convivía en el plato y enfrenta su camino al vacío. En el piso forma un ídolo blanco desangrandose en un maravilloso atardecer. ¡Qué obra maestra! ¡Qué lindo es asentir!

martes, 19 de agosto de 2014

La despedida racional

-Y ¿qué esperabas? ¿Que me quedara acá para siempre?
-Bueno... no... no sé lo que esperaba
-¿Y entonces?
-Ya te dije, sólo quería un poco más de tiempo
-¿Tiempo? ¿Tiempo para qué? ¿Qué es eso tan importante que tenés que hacer con el tiempo?
-Pero si es por eso que lo necesito, para saber qué es lo que tengo que hacer con él
-¡No me hagas reir! Tu tiempo se ha acabado hace mucho, ya me tengo que ir
-Igual entiendo que uno nunca entiende la despedidas
-Seguís siendo un imbécil hasta en tus últimas palabras
-Pues así me siento

La putrefacción que existe en cada uno no puede ser vista nunca a primera vista, y puede ser acumulada en montañas infinitas, pero el velo del lenguaje puede ocultarla. La gente dice que soy una persona buena, a veces pienso qué sería serlo. Hoy vi a un hombre revolviendo la basura, se agachó con facilidad y de una bolsa de consorcio pudo capturar una banana podrida, la cual iba a degustar (pude percibir) con disgusto como quien se enfrenta a sus horas en solitario, con valentía pero triste. Sin pensar mucho, doblé la esquina (Jujuy y 9 de Julio) y encaré un kiosko con la idea de comprar un jugo para aliviar la sed que sentía luego de haberme cocinado en una pileta de sudor toda la tarde (el sol cordobés había extendido las horas más infernales de mi vida). Al llegar a la puerta reviso mi billetera: solamente 17 pesos mugrosos que aún siendo pocos podrían haber logrado su cometido: un jugo. Pero no había planeado nunca lo que hice, sin embargo, lo hice sin discusión alguna con mi sed, como si esta se hubiese subordinado totalmente a la resolución tomada por aquella máquina misteriosa que poseemos dentro de nuestras cabezas (supongo que los procesos mentales por lo cuales uno pasa al hacer estas cosas son irremediablemente complicados [o así lo llaman los psicólogos {de esos que cobran 700 la hora para decirte que tenés un edipo {{hip hip}} y un electra y ¡vaya a saber uno qué otro personaje de la mitología griega!} para no tener que perder su trabajo] y probablemente irreductibles al acto mismo). Pregunté (sin preguntarme) el valor de las empanadas y este resultó de 7 cada una. Compré dos porque no me alcanzaba para más y regresé a la esquina y crucé la calle y extendí la bolsa de papel con las empanadas (árabes por cierto [de esas que suelen hacerse típicamente en arabia {harina 0000 500 grs; levadura fresca 10 grs; agua 150 cc; leche 150 grs; sal a gusto; para el relleno: 1/2 kilo de carne picada {{alimentando ballenas}}; cebolla 4 cdas; morrón rojo {{no sea zonzo, que el verde no sirve}}; 1 ajo; y sal a gusto por supuesto} donde hay guerras] que son muy ricas) hacía aquél señor. No lo dejé hablar mucho y me fui dándole un afectuoso "nos vemos, maestro", de esos "nos vemos, maestro" que no sirven para nada. Y antes de eso un más inútil y mediocre "ojalá pudiese hacer más". "Ojalá" (del árabe [ahí vamos de nuevo] "oj", que siginifica "quiera" y "alá", que es algo así como un dios) ¡"Ojalá"! ¡si yo PUEDO hacer más tranquilamente! (dos hombres van a la playa y uno le dice al otro -señor, ¿usted no nada nada?- el otro responde -es que no traje traje)
Bueno, entonces, conclusiones sacadas: todo lo que hice fue pésimo. Ahora ustedes estarán en sus casas diciendo "oh, qué buena persona es este chico" (cosa que también es el motivo de este escrito [la propaganda es importante ¡Che!]). ¿Qué clase de acción fue esta? Lo que la gente suele llamar inútil. El tipo este va a seguir muriéndose de hambre, mientras yo estoy por comer un arroz (que [aunque lo vaya a quemar como siempre] sigue siendo mejor que aquella apetitosa banana negra). No creo haber calmado ningún hambre mundial (hay un poco de este ¿no?) y nunca lo voy a hacer. Mis brazos y piernas sincronizaron una marcha torpe obedeciendo a mí cerebro por una estúpida satisfacción personal de creer que había hecho lo correcto. Lo peor es que yo sé que lo haría de nuevo, pero por comodidad. A veces doy asco. Y todos damos asco.

Nadie pudo ver que toda está locura estaba en mí desde un principio, porque la oculté con el disfraz de una sonrisa que significaba muerte. Y ahora un gran murciélago gris me quiere llevar a pasear por la noche. Yo le digo que no, pero sus palabras son tan suaves y harmoniosas que convierten en azúcar mis oídos. Y le doy la oportunidad, por que sé que ahora soy un poco más loco que antes aunque las alas del murciélago desfallezcan a medio vuelo.

-¿Seguís aquí?
-No, en realidad, volví
-¿Por qué?
-Supongo que por comodidad

viernes, 27 de junio de 2014

La chica y el rayo

Las noches entienden de soledad más que ningún otro extraño en el mundo. Se vuelven poderosas con las miradas desamparadas de la gente que camina sobre ellas y trascienden cualquier mediocridad y sonrisa patética que pueda saltar de la boca de un extraño. Curiosamente el Señor era un extraño. A pesar de que la noche era bastante cálida, vestía un tapado negro, muy abrigado, que le llegaba a las rodillas. Hasta tiritaba de vez en cuanto y soplaba aire condensado, que era como humo que se extinguía en la oscuridad. No apresuraba su paso por las veredas vacías. El Señor era una persona joven a pesar de su edad (a ojo unos 25), cutis perfecto, pelo negro que se confundía entre las sombras, y ojos azul eléctrico que resplandecían como linternas. Caminaba sin prisa, dejando que lo lleve el pensamiento, sin en realidad pensar en nada. Con sus ojos de trueno, divisó a una cuadra a una chica de cabello dorado. Cuando se acercó media cuadra más, pudo apreciar mejor la figura de esta mujer: tetas bien formadas, cola firme y encanto natural para caminar. Nadie se acuerda cómo iba vestida aquella noche la chica. Ella estaba parada en la esquina, en la puerta de un bar, fumando junto a dos hombres: Uriel y Ariel.  No nos detendremos en estos dos porque nada pueden en realidad aportar a este relato.  Nada entretenida en la charla banal que conservaba con estos dos, pudo ver que a media cuadra se acercaba un hombre, el Señor. Lo miró fijo a sus ojos relampagueantes, y decidió liberarse de Uriel y Ariel, que ya la habían aburrido. Se apartó un poco de estos y haciendo gala del color de su pelo, lo esperó en la esquina sin apartarle la mirada.
 El Señor se dio cuenta de su mirada y la apartó un poco, sin querer prestarle atención a la hermosura que tenía delante y que lo estaba comiendo con los ojos. Al fin, sin detenerse y casi llegando a la esquina, escuchó la voz de la chica invitándole un trago. Levantó su mirada centelleante, y posó sus ojos azules en la chica. Dos segundos fueron entonces los que transformaron la noche en eternidad. El Señor unió sus labios agresivamente con los de la chica. Y así lo cambió todo. Ella sintió en ese instante un sentimiento de rechazo profundo, pero a su vez, no pudo apartar sus labios. El frío, como escarcha que ahora se formaba en su boca, empezaba a invadirla, como cuando en la era de hielo, este se iba abriendo camino entre piedras, montañas, valles, depresiones, y convertía en polos todos los lugares por los que pasaba, se terminaron por congelar cada uno de los rincones del cuerpo de la chica. Paralizada completamente en esos dos segundos por el hielo ancestral, empezó a sentir que el Señor se alejaba. Pero cuando reaccionó para buscarlo, ya era tarde, Él ya había cruzado la calle. En su desesperación por alcanzarlo, entender algo de todo lo que había sucedido, casi sin encontrar explicación lógica para todo aquello, se lanzó detrás de el Señor. En su mente se habían abierto puertas infinitas que dejaban reveladas, todo lo que había sido su vida. Esta persona que la había besado, era diferente a todas las demás, tenía que descubrir por qué. Pero si me preguntan, sólo la muerte tiene respuesta. En el instante en que ella cruzaba la mitad de la calle, por la emoción de la incertidumbre, por el descubrimiento de la vida, murió sin más explicación que la de una bocina. Ahora su cuerpo desmembrado reposaba en el asfalto, y su figura celestial, era comparable a la ceniza. Ya no había por qué preguntarse más nada. Ariel y Uriel presenciaron toda la escena, pero lo único que pudieron hacer fue lamentarse y entrar al bar a sus espaldas, más tarde asegurarían que aunque el cielo estaba despejado, un rayo había caído cerca al momento del choque. El Señor, no ignoraba lo que había pasado y siguiendo su camino por las infinitas veredas de la noche, sonrió entre dientes y en esto descargó el aire condensado que se fundió en las sombras de un agujero negro. Porque el que espera la vida, recibirá a la Muerte, y ésta se disfraza de soledad.

sábado, 21 de junio de 2014

El problema del infinito y de cómo tratar el snobismo

Lo difícil de comenzar es que no pasa nunca. El problema está en tener que vivir en infinitos simultáneos y siempre verse obligado a no terminar ninguno. Es como si una horda de Ouroboros girara alrededor de un sólo Ouroboros. El sufrimiento reside en la casi inexistente percepción que tenemos de estos infinitos paralelos. Sabemos qué podría estar pasando en cada uno de ellos pero nunca sabremos si es así, o si en realidad somos más felices en otro que en el que estamos. Por eso se intenta con todo lo que se puede, expandir las percepciones a través de nuestro actual Ouroboros, hacía otro en el que seamos más felices. Por supuesto, como ven, nos damos cuenta que al final es sólo un infinito que se altera todo el tiempo, sin fin, y que en realidad estamos viviendo todos los infinitos posibles, en uno sólo. Todo esto para decir que el destino es aquél infinito del que sos parte. ¿Por qué son infinitos? JA, la pregunta. Acá se ve con toda claridad que la vida y la muerte son otro infinito más, pues de hecho, no sólo hay individuos en un infinito sino también hay infinitos seres (ahora estamos compartiendo un infinito). Estos seres viven y mueren todo el tiempo. Es decir, que el ciclo de la vida y la muerte permanece constante en todos y cada uno de los Ouroboros, que se reducen, a su vez, a un sin fin de Ouroboros. Acá está la clave: somos una partícula tan pequeña en el basto infinito, y aún más pequeña en el infinito de infinitos que se reproducen infinitamente. Y con esta reflexión carente de sentido y pruebas, se apaciguan las aguas del descubrimiento de nada, pero por estar en la mente de alguien, se hace realidad y ficción al mismo tiempo. Nadie tiene sin embargo, pruebas para refutar esto. Lo difícil de una discusión, es que no se termina nunca.

sábado, 17 de mayo de 2014

Ella se va de casa

Ella se despertó esa mañana somnolienta. Miró por la ventana los últimos recuerdos que iba a conseguir robar de la casa que tanto había amado. Otoño se acercó de tal manera a su cara que sus lagrimas saltaron en una pirueta majestuosa. Nuestra casa ya no era nuestra casa. Y su casa ahora debía dejar de serlo. Yo me precipitaba por la escalera todas las mañanas (cuando todavía vivíamos juntos) para hacer el desayuno y para hacer un desfile cuando ella bajaba. ¡Oh, por dios qué esplendor!. Ella es hermosa. Se levantó sin embargo hoy de mal humor. Porque hoy es su ultimo día en la casa y por consiguiente, nuestro último día juntos. Yo supe siempre que la había encontrado de casualidad. No había destino en escena tan fortuita. Los dos formamos en ese momento una espiral que nos condujo como un remolino de ensueño hasta esta casa. Hoy espero hacer que vea mi rostro y se quede, porque !ELLA SE TIENE QUE QUEDAR¡. Tiene que estar acá conmigo. Pero se ve decidida a irse. ¡Cuánto pensé que podíamos estar juntos para siempre!. ¡MENTIRAS¡ nunca pudimos. Nuestra casa, esta casa, siempre de dos pisos, bien iluminada, con una ventana que hacía durar la primavera hasta el invierno. La más hermosa de todas. Pero por supuesto, esa hermosura no emanaba radiante de la casa, sino que se desprendía de Ella. Ella era la hermosura de la casa misma encarnada. Haciendo siempre que el aire fresco se respirara hasta los huesos con una sensación cálida que te acogía. ¡Oh! Me pasaba horas mirándolas a la casa y a ella. Pero más a Ella. Su pelo castaño claro hasta las rodillas me hacían querer saltar de alegría todas las mañanas y noches. Cuando se iba, aunque sea por sólo dos horas, ya podías empezar a ver como la casa envejecía y se oxidaba. Las dos se compenetraban de manera tal que ninguna podía separarse de la otra. Nuestra vida juntos, los tres, fue excelente. Los pasillos que cruzaban la cocina hacían resonar nuestra felicidad y nos envolvía como un caparazón que nos alejaba de cualquier otro problema. Pero todo tenía que decaer. Cuando íbamos a ser cuatro, nuestro hijo murió sin siquiera haber nacido. Nuestros sueños parecían haberse desviado. Pero yo nunca dejé que se fueran, debíamos estar debajo del tren, pero que !NO nos pisara! ¡NO!. Yo no habría permitido esto nunca. ¡NUNCA!. Luego de unos años fue que nos repusimos sólo para empeorar. La casa ya había dejado un poco de lado su brillo. Yo me levanté a la mañana, casi despreocupado y me di cuenta que era tarde para ir al trabajo. Salí a la calle apurado, alguien habló y entré en un sueño. Sí, yo ya no podía estar más. Simplemente tenía que desaparecer de su vida tan fortuitamente y antidestinadamente como fue que aparecí en ella. Pero yo no me fui, no me fui NUNCA. Nunca pude abandonarla. La sigo viendo bajar las escaleras, ella tan sin brillo como ellas pero la amo. Hoy se despertó intranquila, lo sé. Ya se estará yendo. No pude hacer que me mire a la cara hoy tampoco. Creo que debería dejarla ir. Esta casa ya perdió su color y su castaño claro ahora es un bronce vetusto. El taxi se está llevando sus cosas. Chau, te decimos tu casa y yo. Te amamos.

viernes, 25 de abril de 2014

Desierto

Cierta luna de Enero, paseaba yo por las calles del centro sin detenerme. Los fantasmas de las ciudades pueden ser feroces por las noches corrosivas que deja el verano. Los aullidos de perros sonaban sin dejar reposar los silencios de los cadáveres bajo mis pies. Los cadáveres de todos aquellos que fueron masacrados por la edificación de la ciudad. Los pájaros habían dejado sus plumas y se convirtieron en ratas voladoras que acechan entre sombras, no menos hermosas. Unas huellas en el asfalto huían de mí. Yo sin pensarlo, las estaba siguiendo, eran como mis guías entre las luces naranjas de los postes. Ningún alma humana podía ser reconocida a la distancia. Los fantasmas estaban inquietos. Los podía casi oir entre las ramas de los arboles decorativos. Proclamaban venganza. Proclamaban lo que era suyo y dejó de serlo a punta de flecha, espada, hacha y pistola. A punta de sangre. Ellos surgían como dueños de la luz que hubo en un momento, la luz que les fue arrebatada. Los grillos pedían auxilio entre sus gritos de ira. Lamentos quebraban los aullidos de los perros. Sólo se dejaban ver ante los ciegos murciélagos, que acostumbrados a ellos, podían escucharlos más fuerte que nadie. Intenté sin impacientarme, cerrar los ojos para ser tan ciego como ellos, para no ver lo que en realidad no existía y sentir lo que en realidad vivía y gritaba. Recién entonces entendí su balbuceo, y entendí que no lo era. Sus palabras sin lengua resultaban más claras que mi español. La torre de Babel había sido una mentira, resolví. Los gritos desesperados ahora disminuían, hubo un tiempo en que eran mucho más claros, pero ahora eran reducidos al mísero vuelo de un mosquito. Con los ojos cerrados imaginé sus caras, imaginé sus bocas, imaginé sus pies, imaginé sus ojos y sus dientes. Tristes proyecciones del pasado resultaban ser en la noche que lagrimeaba. Los maté a todos en mi imaginación. Cuando abrí los ojos, seguían muertos. Los había masacrado.
Ya volvía a mi hogar cuando pensé que tal vez sus voces nunca existieron y que todo fue una locura momentánea. Pero estoy seguro que cualquiera las puede escuchar en el silencio de la luna llena que deja vestigios de veranos anteriores nunca vividos en nuestro interior. Los recordaré, y moriré con ellos.

A mi pueblo.

domingo, 23 de febrero de 2014

Esperando al hombre

Bueno, ahí estaba yo, esperando que el vacío llenara el vacío. Un piedra que rompa a la otra. Las calles llegan a ser lugares donde la gente puede caminar en sentidos muy diversos, infinitos. No se entretienen con nada, sino que ven un horizonte al que deben llegar y no apartan la mirada de este. Yo no me veo bien caminando. ¡Pero qué piernas veo! 10 pesitos al bolsillo. A ella si le viene bien caminar, pero sólo para mí en privado. A veces me siento orgulloso de tener estos ojos. Bueno (repito), ese era yo, el que se confundía entre todas esas personas y no porque se mimetizara entre tantas multitudes reunidas, sino que de verdad estaba confundido. Todo eso me confundía. Yo no era de ahí, yo sólo estaba ahí. Intentaba sonreír para que la gente no se sintiera amenazada por mi cara de nada (cara de perro que no entiende a dónde se fue la pelota). Todo esto era muy turbio, ya que carecía de sentido. Tampoco es que me paguen para encontrarle sentido a las cosas sino que el sentido era algo así como el laburo sin paga que uno se toma el trabajo de encontrar. Como si fuera el laberinto que viene detrás de los fruti loops (o cualquier marca a la que se le ocurre que podría ser útil y divertido algo así como un jueguito en la contracara de la caja). A pesar de las boludeces que hablaba, Oscar era un buen tipo, o casi. El "Casi" es porque me metió en este quilombo. Bah, quilombo, quilombo... me hizo caminar de más.

-¿Qué?
-Vos sólo entregá el paquete Lucas, y ¡mierda! no te entretengas con las piernas de ninguna minita. Hay muy, pero muy poco tiempo
-¿Qué? Pero me voy a aburrir bocha ¡Son como 2 kilómetros! ¡Y caminando! Porque sos tan rata que no me vas a prestar la moto para que no te gaste nafta.
-Cuando tengas la guita para pagar la nafta que usas en la moto, venís, la pones en la palma de mi mano y te llevas la moto. Además, no vas a encontrar piernas como las de la esposa de Emilio.
-Se nota que te falta calle. 10 a que encuentro unas mejores.

Se suponía que a las 5 y media iba a llegar ese pelotudo. Eran las 6. Me dejó tratando de entender qué hacía en esa esquina. Odio cuando me dejan tiempo para pensar tamañas boludeces. El vacío quería volver a plantarse sobre más vacío. Los rostros de las personas se volvían más opacos y la esquina se colmaba de gente anhelando su casa. Yo era uno de ellos por supuesto. Sólo que ellos esperaban el A3, el A2, el A central, el N8, el N6 y vaya uno a saber que otro bondi más, yo esperaba el PPA, el Pedazo de Puto Aquel.

Si, bueno, al fin el gil apareció. A lo lejos se podía ver a Enrique (¡Dios, qué nombre!) todo vestido de negro. Un metalero de segunda. Barba larga (la cual ni siquiera se molestaba en arreglar, o sea, ni siquiera, yo que sé, peinarla para que parezca decente), chaqueta de cuero negro, remera de Slayer como si fuera el estandarte a la estupidez, y tachas, y tachas, y tachas, etc. Resulta que este Enrique, era el tipo a quien buscaba (¡Genial!). La caja que llevaba cargando como un Sísifo que empuja la piedra a la cima ya empezaba a pesar. Decí que llegó este metalero y le delegué maleducadamente (como hacen las personas que están hartas de esperar a un metalero boludo en una esquina luego de haber caminado dos quilómetros) la caja.

-Uh, disculpame ¿Hace mucho que esperás?
-No, no... no.
-Bueh, perdón, no te hagas drama. Venite a casa y por lo menos tomas unos mates.
-Eh, dale.

Encima, para colmo, iba a tener que hablar con este idiota. ¿Por qué no se iba a cagar?. Me pregunto qué habrá pensado el boludo ese al hacer lo que hizo luego de esos la verdad que nada placenteros mates.

-Bueno, dejame ver si todo esta en orden acá.
-Servite loco.
-Sí, vengan acá preciosas. ¿Te importa?.
-Sentite en tu casa (por eso de que era su casa y... bueno, entienden ustedes).

Este Enrique, metalero, idiota, sacó una de las revistas de adentro de la caja y comenzó a pajearse delante mío.

-10 pesos me debes Oscar.
-¡Callate! ¿Cómo puede ser?
-Ya te dije que tengo buen ojo.  

El hombre más infeliz del mundo

Tlin, tlin, tlin. Caminaba el hombre más infeliz del mundo. Tlin, tlin, tlin. Cada vez sonaban más afinados los postes de luz metálicos. La orquesta se teñía en el aire. El hombre más infeliz del mundo era el orgulloso concertista y las voces de los esqueletos metálicos eran los violines, cellos, viloncellos, contrabajos, trompetas, clarinetes, el piano, el coro, tambores y arpas. Su puño se agitaba en el aire y la música se extendía por el mundo.

Los chicos que jugaban a la pelota empezaban a danzar al son de los violines y los bajos. Lento. Pianísimo. La aurora sonora se posaba sobre la pelota rotosa y emparchada, y los jugadores estremecían sus cuerpos con el sudor frío que producía la armonía de un sol suspendido. Se entretenían con la melodía que fluctuaba en cada pase y con cada gol que cantaba el coro.

El hombre más infeliz del mundo levantó de nuevo su puño, y el poste compuso un nuevo acorde desplegado (si mayor séptima) que se adentró en aquel perro callejero de la esquina, sacudiéndole las entrañas. Ese perro sarnoso, manchado de negro por la suciedad transeúntica. El animal se paró, extendiendo sus cuatro patas cadavéricas y reconoció aquel acorde. Y como era de esperarse empezó a cantar. Su ejecución de la pieza era perfecta: Si, Mi bemol, Fa sostenido, La. Se levantaban las hojas de otoño por aqui y por allá ecualizando los agudos para que los graves le den más presencia a la canción. 1, 2, 3, 1, 2, 3. Ni un stradivarius habría podido sonar mejor. Las manchas negras y la calle misma coreaban las notas desplegadas del acorde en una octava más alta que el perro.

El hombre más infeliz del mundo, ya sangrando, volvió a impulsar su puño rojo hacia otro poste de luz ahuecado, y así la música volvió a invadir. Había marcado el tiempo, esta vez, gracias a los pasos regulares de alguna chica que caminaba detrás de él. Un comienzo tético en dos cuartos digno de Bach y su Cello. Y el Do sostenido creó una escala armónica menor. Pero desafinó. El ambiente se tiñó de púrpura, algo peligroso. Los sonidos convirtieron aquella peatonal, por la que caminaba, en una cárcel. Los barrotes eran las notas naturales que no notaban que atardecía.

El hombre más feliz del mundo comenzó a correr perseguido por su propia sinfonía, dejando un rastro bermejo detrás suyo. Los clarinetes rompieron el aire con sus quintas disminuidas y su allegro, y los violines digitaban a velocidad paganiniana. Se quebraron los contrabajos y sus terceras y sextas menores. Ahora los puños del hombre más infeliz del mundo subían y bajaban y orquestaban la oscuridad naciente que arremetía contra los jugadores de fútbol, la chica (ya a kilómetros de distancia) y otros instrumentos de percusión. El perro ya no cantaba, sino que se hacía el muerto.

El ritmo se aceleró, ya no era un 2/4 sino un 7/8 caótico en dónde se desdoblaban los timbales ensordecedores y el estacato apresurado de las violas cobraba almas en pena. De pronto terminó. Una pared enorme había puesto un final femenino que no podría haber sido anticipado.
El hombre más infeliz del mundo se inclinó para luego acostarse y desangrarse en el silencio. El hombre más infeliz del mundo se paró. El hombre más infeliz del mundo mientras caminaba suspiró: "no tengo nada".        

sábado, 25 de enero de 2014

Día 1



Las calles son diferentes, esta no es la ciudad donde yo vivía. Hace sólo un año nada de esto me interesaba. Un único año que mantuve mi sueño alejado de este lugar, y ya las calles se han vuelto oscuras, pero más iluminadas. Sólo el diablo quierría caminar por ellas, y yo era el diablo de turno.
Yo recorrí esa nueva y única calle que ya había recorrido tantas veces, respiraba junto conmingo. Vaciaba su estómago de miedo al mismo tiempo que yo. No me detuve. Maipú y combate de los Pozos. Ellos dos solían llevar el secreto adentro, ese que los eones estaban guardando. Pero hoy no, hoy sólo una pudo inyectar en mí una especie de animal ancestral nunca antes descubierto por los arqueólogos. Combate de los pozos. Ella dejó de ser un combate para convertirse en una subordinación. Eso es, yo fui el rey del camino, un camino de tierra sin salida, poseído por mis entrañas. Sentí los milenios que pasaron hasta que los límites de la calle fueron delimitados, mientras el frío penetraba la piel como un cuchillo el aire. Llegué a la esquina en que las dos calles nombradas se entrecruzan una arriba de la otra, tierra sobre tierra. Doblé aquella esquina. La obscuridad de Maipú era famosa, yo la arodaba. Era como si la luna no pudiese brillar en aquel lugar, como si la luz se hubiese retirado ante la inminente caída de su imperio. El respandor se suicidaba al llegar al centro de la calle y el miedo afloraba como una pequeña lágrima tratando de escapar por la retina de un ojo. Sin embargo, ahora un asqueroso foco naranja había sido implantado allí y una tortura de luz anaranjada hace que la gente no pueda enfrentar su miedo a la penumbra. La aparente soledad se convirtió en soledad absoluta.