lunes, 30 de septiembre de 2013

Asfódelos

Asfódelos
Por qué es tan difícil
Reptar en el brillo de una lágrima
Un armario de colores grises
Que no remontan vuelo
Ni siquiera en los días de oro
Que regala la primavera al murciélago
Por eso debo entre estas catacumbas
Rozar lo verde de los árboles en invierno
Pero no
No esta
No hay
No existe
Amarro una cuerda al extremo
De un zoológico lleno leones
Tiro y están todos muertos
Como si el piso se moviera
Y el cielo me aplastara
Cubro de noches las almohadas
Y de día cubro el alma de nada
De nada
Gracias
Perdón
Fluctúan rojas y amarillas
Las banderas de este barco
Este barco borracho
Que sólo lleva a islas
En donde habitaron los duendes
La sal quemó  a la serpiente
La petrificó
La absolvió de los pecados de vivir
Dejó que la piel se la devorara la tierra
Ni verde, ni dorado
Sólo azul
Infinito azul
Azul
Luz
Azul
Mírenme si quieren odiarme
Ábranme si quieren detestarme
No sólo no serán capaces
No
No pueden abrirme
Las doradas manzanas
En el sol se pudren
Y en este cuerpo
Soy un extranjero de cal
De azufre
Pónganme mi manto
Que oscurece y hiela
Celeste
Azul
Luz
No me maten más
No más
No lo necesito
Ya llegué a la cumbre del pozo
Cobran sin sinceridad vida
Mis manos en el viento
Se secan
Se caen al tratar de tocar mi rostro
Acaso no fue a Jesus al que dejaron en la cruz
No 
Yo estoy al lado
 Crucificado también
Lo salvaré y daré mi alma a cambio?
Nada me lo impide
Me lo impiden mis contradicciones
Cómo digerir todo esto?
Si se sabe que al final
Del río sólo hay muerte
Un mar sin fin
Fin
Sin Fin
El olvidó me olvidará
Soy único
Soy solo
Soy solamente dos
Soy tres
Soy el espejo del viento
La fuente mira derramando
Una lúgubre sonrisa hacia ningún lugar
Y yo estoy ahí
Donde nada pasa
Nada me hace temblar
No tengo frío
No tengo calor
No tengo piel
Lo niego tres veces
La sonrisa de la araña me haría feliz
La araña siente que vienen y se van
El olvido me olvidará
Basta
Basta
Basta
Dejenme dormir pájaros de mal augurio
Sólo hoy
Hasta que salga el sol
Sólo hoy
No me despierten
Estoy muy lejos.

Hoy.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Core

Si la mirada quiebra la paz que hay,
Mi mente no repone pensamientos en los días azules.
Si sólo la sangre de mi cuerpo fuera suficiente,
si sólo revivir fuera un juego,
si sólo no estuviera caminando contra un rio.
Frio se siente en primavera el sol
y rayo en un mural de verdades
los segundos que faltan
y los truenos que no me dejan dormir en paz
no hay sentencia para el asesino del mar
pero si la hay para el ladrón de mi solsticio.

Imbécil


Una luz amarilla alumbraba la ruta sólo llena de cáscaras de autos. Ahora eran dos. Ahora tres. Ese es el camino que debió tomar, pero su impaciencia y locura no tuvieron piedad. Éstas resolvieron por levantarlo de los brazos, uno de cada lado, y lo llevaron arrastrando por aquel sitio oscuro, a donde las luces no llegaban. Una explosión de sombras rojas saltaba en sus ojos y le nublaba la vista, la razón y hasta los oídos. “Lo voy a matar” se repetía a sí mismo, como tratando de convencerse de que de verdad, sin ninguna duda, esa persona debía morir. No importa cuanta lluvia tuviera que caer a sus pies rindiéndose y suplicando para que cambie la decisión ya tomada. Cada centímetro que avanzaba lo empujaba todavía más al crimen, a una celda, en la que pasaría encerrado toda su vida hasta el día de hoy. Sus labios se encorvaban formando una perturbadora sonrisa, y de un sólo movimiento el cuchillo se incorporaba a su mano saliendo de su cinturón marrón. Balbuceaba palabras sin sentido, frases inconexas, apenas se podía distinguir su ya repetido “Lo voy a matar”, creciendo junto a ésta frase su ira y su determinación. El sonido de las ramas quebrándose cuando las pisaba lo hacían regocijarse en la dulce fantasía de romper uno por uno, delicadamente, ruidosamente, los huesos de aquella persona, y una carcajada cobraba potencia desde su garganta. Sin darse cuenta sus pasos aumentaban, iban al ritmo de su corazón. Ahora trotaba. Ahora corría. Ahora había una puerta. Deleitándose con aquel ruido de poco aceite que hacía esta, entró clavando sus garras en la manija. Oh, ahí estaba, ese imbécil, el mundo le agradecería por matar semejante monstruo. Estaba decidido: Esa persona debía morir ya. La sangre ya estaba hirviendo dentro de su piel. Su cinturón se deslizo por el cuello del imbécil y cortó rápidamente cualquier salida o entrada de aire por su nariz o su boca. Ya estaba muerto, pero el cuchillo seguía aferrándose a la mano y luego se aferró trece veces al cuerpo del imbécil.

                Sentado en una silla, con los ojos bien abiertos, estaba él. Y al frente de él una persona que no dejaba de repetir “che, escúchame cuando te hablo. ¿Podrías ir trayendo la comida?”. Levantándose de mala gana de su asiento se dirigió a la cocina dejando salir levemente de entre sus dientes “Voy a matar a ese imbécil”.