sábado, 14 de febrero de 2015

La vergüenza del extraño

Despojado de sus ropas, se hizo paso entre la multitud que colmaba el salón de fiestas del Rey. Como una estrella fugaz, sorprendió a todos con su regreso; pero como una estrella fugaz, se apagó rápidamente. ¿Desesperación? Él había sido el soberano de las tierras blancas hace muchos siglos y segundos, pero su trono no estaba frío y no era de plata. La vergüenza del pasado rey colgaba pendular y sus pasados súbditos la miraban con desdén. El nuevo rey de las tierras blancas abrió los ojos bien grandes, iluminados por candelabros, reconociendo a su antecesor. De pronto, estos se achinaron y dejaron de verse amenazados por aquél viejo barbudo visitante. Este sabía que su reino estaba perdido para siempre tanto como que la luna era blanca y negra y azul y amarilla y roja. Con nostalgia veía como su palacio era exactamente igual y exactamente diferente pues él ya no pertenecía ahí y el verdadero rey ya estaba pronunciando las palabras “condenado”, “a” y “muerte”. Los guardias, su hijo (antiguo príncipe) y su hermano lo tomaron uno de cada brazo (otros guardias de la barba) y el calabozo no se hizo esperar para darle la bienvenida.
Ningún grito se escuchó esa noche desde adentro de la reja. Ninguna queja de voz arenada, ninguna deuda a saldar con alguien, ningún justo reclamo de un trono. Nada ¿Desesperación? Sí. Los codos tocaban el suelo, la nuca la pared, la barba ardía, su piel expuesta quería dejar entrar el cuchillo del guardia. Pero como sabía que esto iba a suceder de todos modos, se limitó a yacer. Los ojos perturbados del barbudo se cristalizaron, se volvieron piedra y cayeron en hueco sonido al piso. Sus manos le pesaban como dos gigantes traidores. Pensó en su trono una vez más. Dejó de pensar.

El día que le siguió a ese fue soleado. Un gracioso zorzal se posó gracioso sobre el árbol que había crecido 100 años después sobre la tumba de aquel hombre que había perdido su reino por apostar a un recuerdo.