viernes, 22 de julio de 2016

Oráculo

Soy la verdad aquí
Nunca emprenderás retorno
fuera de mí

las enseñanzas del mirador
en vastos paisajes perdido está
se marchitó la flor

Una enramada azul
llegó sin preocupaciones
dejó la piel

El vertigo seco
se adentró en la cueva
no encontró sus manos

Limosnas dejaron los pasos
a los antecesores de un ocaso
mis huellas se borraron

Porque somos uno no serás
porque no hay alma partida en dos
dejarás tu morada

El plato de hierro
sonoro brindó esperanza de cambio
agujas sangran los dedos

no hay nada mejor
una estera al sol vacía absorbe
ahí estás sentado vos

Las canciones alumbran
transmigran la esencia del polar
del calor al frío

Amor muerto invertido
debajo de una almohada no hay nada
ni siquiera un nido

Los soles son trece
en septiembre resuenan las sentencias
son doce las campanas

Juran en vano mis tobillos
no besar la tierra firme
no hay descanso

Me dejarás acá
como siempre hacés
y yo me dejaré a mí mismo

Yo soy la verdad aquí
pues no hay mentira ni fuera
ni dentro de mí


El trabajo de Gabriel Campbell

Las 6 de la mañana no deja de ser un despertar inacabable entre imágenes oscuras y resueños de figuras que tal vez se acercaron para despertarnos o bien para decirnos que debíamos rescatar a alguna princesa de un castillo que de pronto era nuestra casa y nos pasaba a saludar nuestro hijo no-nacido. Las siluetas borrosas nos engañaban como de costumbre y, al volver en nosotros, sabíamos que lo experimentado había sido una voluble mentira.
Así empezaba Gabriel Campbell su décimo segundo día de trabajo, enredado en estos juegos oníricos. Para asegurarse de que estaba consciente, pisó valientemente con el pie izquierdo un lego que estaba al pie de la cama. "Bien, dolió". Incorporose, ahora sí, y dirigiose hacia la cocina, tal vez un poco demasiado contento por haber roto el pequeño juguete. Inclinó la pava y empezó a echar el agua sobre el filtro de café. "¡Ahí está!" pensó al encontrar del otro lado de la ventana la silueta de la vecina bañándose, como suele hacer todos los días. "¡Qué par! ¿Por qué tendrá una ventana en la ducha?". Las líneas perfectas arrasadas por el agua descendente conduciendo en un revoltoso río hasta los muslos la espuma que se introduce en el delta de sus pier... "¡Ay! ¡La puta madre!". Al parecer las tetas dejan ampollas en la piel. Habiéndose remojado con agua fría el dedo rojo índice, Gabriel Campbell consiguió salir de su casa (casi) airoso. En una esquina lo saludaba con una sonrisa alguien que de casualidad lo había visto en algún bondi. Tal vez dos veces. “Tal vez el 24”. Con pequeños saltitos sus pies se levantaban del suelo en dirección a su trabajo. Su traje de oficinista dejó un leve olor a poliestireno en la sala de espera. "¿Marta era? No me gusta ese nombre".
-¿Cómo va, Mirta?- "Ahora sí".
- Bien, Gabi. ¿Qué te trae tan temprano?
- ¿Ya están arriba?
-Sí, sí, ahí te esperan.
Los rulos despeinados de Mirta causaron una impresión desagradable en la energía de Campbellito. "¿Ascensor? No, escaleras". Pensó que podía también visitar a Juan Minaya en el piso 12. Los papeles volaban de oficina en oficina y de mano en mano mientras él sólo concentrábase en el número de pisos restantes. Nueve. "Ya estoy cerca". El siguiente piso fue el siete. Como siempre, las bromas en la oficina son la sal en la galleta de arroz. Onc...
-¡Ah, Gabriel! Te estaba buscando- Sonrió seriamente el perno de Lucas Marengo.
-Me alegro mucho, pero tengo que subir, Lucas.
-¡Eh, no hay apuro! falta todavía para las nueve y media. Con respecto a la comisión del trabajo n°11 te quer...- Bla bla bla. "No se calla nunca. ¿Esa es una berruga? No la tenía ayer. ¿Y si lo mato a este también? Bueh, otro día". 
-¿Entendés?
-No- seco como su mente. Resopló Marengo (también aburrido) bruscamente.
La ardua tarea de llegar al piso 12 fue concluida exitosamente luego de unas proezas más que tuvo que soportar Gabriel Campbell en los pisos 10 y 11, y que no vienen a cuento porque ni siquiera él las recuerda. "Ganjes del oficio" pensó y sonrió levemente alabando el chiste, en ese orden o en otro. También pensó en otros ríos. Los pies ya dolían de la poca fuerza que les quedaba para levantar el pesado cuerpo de Gabriel Campbell. "Juan siempre tiene mate pal’ convite".
-¿Un amargo?- Siempre tiene.
-Dale, uno sólo que me tengo que ir- dijo Campbell y alcanzó la bombilla con sus labios. Succio...
-¿Tenés trabajo arriba?- nó.
-Sí, parece que uno importante porque me están esperando. Odio cuando me hacen eso- atinó y devolvió el mate como quien responde adecuadamente: con un aire de grandeza. "Un bizcochito por lo menos, forro". 
-¡A la mierda! ¿Quién será ahora?- Sonrió levemente Juan Minaya. Casi al mismo tiempo se dio cuenta de la seriedad de la pregunta y decidió retrotraer las fases de su cara. "¡Ahá! ¡Gordo, te tengo!" y allí mismo Gabriel Campbell no pudo contener su risa. Con sonidos agudos despatarrados extendió su festejo bastante tiempo. "Gordo forro". Rojo de vergüenza Juan Minaya dirgía su mirada al piso.
-Juan, no te hagás drama, es tu trabajo- Rejuntó aire Campbell y lo reutilizó- supongo que algún infeliz que esté corriendo por el parque con auriculares- algo de la risa anterior resopló al final de la frase. "Me mata este tipo". "Enfermo".
-¿Cómo? No te escuché- Acercose Campbell.
-¡Enfermo!- Al decir esto Minaya se paró de golpe como un toro y agitó sus dos palmas a la vez golpeando el escritorio que tenía adelante. Campbell pensó que nunca se iba a olvidar la cara de Minaya. La cara rabiosa. La cara asustada, descompuesta, atomatada, de singular pera puntiaguda, encarnación del odio de Minaya. Sin embargo, se la olvidó.
-¡Clásico! ¡Ahá!
"Tarde, tarde, tarde". No sabía cómo, pero llegaba tarde dos días seguidos. Las escaleras hasta la terraza. "Eterno". Las escaleras hasta la terraza de nuevo. Por alguna razón, tal vez porque ya pensar en poner un pie arriba del otro le aburría, recordó el himno nacional. Fulgurosa como el viento... "¿Fulgurosa como el viento? Eso no tiene sentido". Balam balam balam. No. Era “¿Fulgurosa como qué?”. Campbell dobló en U en el descanso.  Los últimos escalones. Los últ... "¡Uff! Estos pesados".
-¿Identificación?- Dijo el hombre negro de negro y lentes negros
-¿Identificación?- Repitió la vena de Campbell.
-Sí, ¿Identificación?- Burlonamente sonrió, repitió y sacose los lentes. Ojos negros "como era de esperarse".
-Acá tenés- Entregando la graciosa cartilla "Omar Gabriel Campbell".
-Acá tenés- El negro hombre devolvió entonces un estuche aún negro y, tomándolo, Gabriel se adelantó con un saltito. Así pasó Omar por la puerta que daba a la terraza. Sol. Día. Al fín. “Fulgurosa como el sol”. El lugar estaba vacío, nadie lo esperaba. Mentirosos. Se permitió un momento para sentarse y miró de cara al sol. Piip, piip. Sonó un reloj agudo desde adentro. Ya era hora. Se adelantó, se arrodilló cubriéndose con la baranda y abrió aquel portafolio negro. “¡Qué bonita que estás!”. No hubo tiempo para admirarla más. Armó y apuntó. Desparramó su mirada aumentada por sobre el parque del frente. “¡Mirá a dónde viniste a parar, amigo!”. El otro sin enterarse de la conspiración, corría en pantaloncillos y musculosa, como si su salud fuese más importante que su vida. Ya lo cazaba. Campbell cazaba. Un punto negro en el medio indicaba la muerte segura. “Sueldo fácil”. Antes de que llegue a aquellos árboles que le escudarán. Apretar el gatillo. Apretar el gatillo. Suave. Apretar esas tetas… Su vecina. Tetona vecina. Espumosa vecina. “Si sólo pudiera aunque sea estirar un brazo y alcanzarla ¡cómo estrecharía esos par de melones! Dulces montañas llenas de rigor. Manantiales eternos de leche abisal. ¿Fluirán de nuevo esas sensatas cachas que curvan tu cadera? ¿Podré morder alguna vez ese tras…¡Ay, la puta madre! ”. El arma voló de sus manos en dirección a la planta baja. Miró su dedo gordo rojo ampollado. Miró su ampolla llena de vacío, rota. Con las dos manos no consiguió retener el dolor. Sigue doliendo. Misión fallida. “Maldigo esas tetas”.