Últimamente todas mis historias empiezan caminando. No sé
bien por qué, pero creería que caminar es a la vez una contemplación del tiempo
que avanza y por eso nos hace pensar que avanzamos con éste, aunque siempre
termine aplastándonos y erizándonos la cola (como lo hace Oxímoron, un gato
enemigo que pertenece a un amigo). Ésta termina como siempre (bueno, el “siempre”
es un decir) siendo una de esas historias en las que camino. Yo siempre que voy
a nadar lo hago a la mañana por tres razones: está vacía, la poca gente que hay es
divertida y la profesora está muy buena. Pero hoy ha sido diferente, ante la
resaca de una noche de “rebentón” dirían algunos (nadie que conozca) perdí una
de mis clases y al otro día decidí ir a recuperarla a la tarde. Peor error no
podría haber cometido, pues mis observaciones de la mañana eran totalmente contrarias
a las de la tarde. No entraré en detalles, porque en realidad no vienen al
caso. Cuando hube salido del establecimiento, comencé a caminar. Y es aquí
donde el tiempo (aunque yo cansado y él eufórico) me enfrentó a un escenario interesantísimo.
Yo caminaba mareado por la calle de un hospital y comencé a
acercarme a éste avanzando a pasos arrítmicos. Una ligera sospecha nublada
cubría el ambiente, y comenzaba a escucharse una armónica que ejecutaba
pausadamente un blues desde un quiosco que por el calor tenía la puerta
abierta. Alcancé a divisar al ejecutante de tal melodía, estaba absorto en su
música, nada más le importaba. Del hospital salió un hombre en bata celeste
arrastrando una camilla. Pero ésta no estaba vacía, un bulto blanco, del largor
de una persona media se extendía sobre esta. Lo blanco no era piel, sino una
sábana que cubría la piel muerta de un ser desconocido aún más blanco. La
armónica sonaba con más fuerza. Al tiempo que el hombre en la bata celeste era interrogado
por la pareja más inofensiva (y dicho sea de paso inoportuna) de ancianos que
podían ser vistos en las calles de córdoba.
-Es acá la estudio del señor K.-bondadosamente preguntaba al
hombre y al cadáver.
-No sé- respondía aquel ser de bata mientras empujaba la
camilla (y al cadáver) dentro de la ambulancia)- creo que serán dos cuadras más
para allá. Y logró meter la masa blanca dentro del camión. En todo este tiempo sólo pude pensar en ella. Pero ¿por qué? Claramente no está muerta, no trabaja en hospitales, con el blues no quiere saber ni jota, no está relacionada con el señor K. (doctor K.) y ni siquiera le gusta nadar tanto. Es que tal vez todas las situaciones tienen algo de ella. Estupefacto, sin entender cómo esto era algo tan común. Luego entendí que sí lo era, algo totalmente natural pero que en el momento era incognoscible para alguien tan destrozado de cuerpo y alma como yo.
Seguí caminando tratando de apaciguar en mis oídos el sonido
de la armónica. Por 4 cuadras las muchedumbres se sucedieron en cada puerta de cada hospital que pasaba. Ninguna triste por la vida de un hombre que sólo valía un blues en La Mayor. Los chicos compraron helados y ventiladores fueron vendidos en los locales cercanos. Al fin libre, logré deshacerme del shock. En estas cuestiones
es mejor comprar bananas y retirarse a su casa a escuchar Miles Davis con café. Caminar cómo siempre redujo las cosas a una innegable absorción por parte del tiempo y dejó en descubierto que los hombres pueden morir incluso en una tarde nublada, escuchando música cerca del consultorio del señor K. mientras yo pienso en la mujer que amo luego de un mal día en la pileta. Un camino sólo es una linea de tiempo en todo caso.