lunes, 2 de diciembre de 2013

Dos Soles


                Silencio. Miró su reloj exactamente a las 14:34. Levantó su cabeza y vio unas cuantas personas correr viniendo hacía él. Se hizo a un lado sin darle la menor importancia. Caminaba a pasos agigantados, pero no muy rápido, tenía tiempo para llegar. Esquivó un par de personas más y devolvió su mirada al reloj: 14:38. “Falta todavía” meditaba, “ella no llegó, seguro”, y casi por instinto, apresuró la marcha. A pesar de que eran muchas cuadras ni pensó en tomar un taxi, las calles eran un desastre, ya no había silencio sino que las bocinas rechinaban como locas, y los autos pasaban en rojo por aquí y por allá, como si no existieran estos entes controladores de velocidad. Ya era imposible recuperar el silencio. Una rueda que se había desprendido de su cuerpo original, giraba despreocupada pero como queriendo atropellarolo, pero con sus movimientos que podrían ser propios de un artista pop en escena, logró eludirla y seguir caminando. Mientras el maletín que llevaba en su mano izquierda saltaba al ritmo de su cuerpo, consideraba caminar más rápido, pero acechando con disimulo su brazo derecho, vio que el reloj marcaba las 14:50. Había tiempo. No se podía caminar tranquilo. Se alzaba sobre cada esquina, una pira de fuego que sofocaba su cuello, por lo que tenía que ir desprendiéndose en cada una de estas, un botón de la camisa, y esto lo molestaba. Por supuesto, cuando fuese a bajar se habría abrochado de vuelta minuciosamente cada uno de aquellos botones, no quería descuidar su imagen. Una cuadra antes de la escalera que lo llevaba al subte, que lo llevaba a ella, que lo llevaba al éxtasis, sintió al apoyar el pié un objeto que incomodaba su postura. Era una mano. Una mano tiesa, pálida. Luego se dio cuenta que el zapato de su otro pie había sido empapado en un fluido rojo. Así que, mirando la hora de nuevo(15:01) se paró erguido, luego apoyó lentamente su maletín en el piso, y como un prestidigitador que prepara su mejor truco frente a los ojos expectantes del público, hurgó dentro de su saco y sacó de él un delicado pañuelo blanco que rápidamente fregó contra su zapato, tiñendo al delicado blanco de bermejo. Siguió su camino sin titubear y esta vez no miró su reloj, ya que había deducido que serían las 15:03. Vidrios rotos y negocios vacíos desde hace unos días, formaban en la calle un mar de reflectores que apuntaban con luz segadora a los ojos de aquel que pasara por allí.
                “Increíble que no paren de gritar” interiorizaba, “van a morir igual”. Sin comprender por qué tanto ruido, al fin, bajó por la escalera que lo llevaba al subte, que lo llevaba a ella, que lo llevaba al éxtasis. Paso por paso, el sol parecía tener cada vez más miedo de esas profundidades. Los dos soles. Encapuchado de luz blanca ahora y sabiendo muy bien que eran las 15:06 “no llegó todavía, ella siempre está 5 minutos antes”, se metió dentro de toda la masa humana que segregaban los pisos de aquel lugar, y resbalando graciosamente con el portafolios subido a la cintura siguió su camino a las 15:08. Los mismos túneles echaban de sus  oficinas lamentos que rebotaban confundidos sobre la gente. No se podía respirar. 15:11 “el café del Vasco debe estar abierto a ésta hora, tengo tiempo para un cafecito” pensaba mientras alguien gritaba “¡Cuidado!”. Sólo  un paso le faltaba para llegar a la puerta del café, que un hombre de barba larga y de estimadamente 1,65 de altura, lo agarró del saco negro azabache diciendo:
-¿¡Por qué!? ¿Qué es lo que le pasa? ¿Usted está loco?
                Sin responder, lo apartó, y entró sin haberse inmutado. Sólo se notaba una débil e incomprensible sonrisa escondida entre sus dientes.
-Vasco, buenos días- dijo casi gritando, viéndolo al Vasco agachado detrás del mostrador- ¿Cómo estás?
-Oh ¡Qué sorpresa, Martín!- contestó el dueño del local y muy amigo del recién llegado- no esperaba que te pasaras por acá-y mirándolo extrañado agregó- ¿No deberías estar con Lucía en estos momentos?
-Bah, sabés cómo es ella, todavía no debe haber llegado, recién son y cuarto.
-Es verdad, ella siempre tan distraída- dijo Vasco riéndose- ¿Qué te traigo?
-Un café y el diario no más- Dijo y revisó una vez más la hora. Eran y dieciséis. Luego se sentó en una mesa frente a la ventana donde se leía “El Vasco Café”.
El Vasco no tardó ni un minuto en traer lo solicitado, puesto que ya estaba la bebida hecha en la cafetera y el diario a unas cuantas mesas de distancia.
-No entiendo para qué el diario- Dijo el dueño del local desconcertado- Es el de ayer por supuesto, el de hoy, por lo que ya sabés, no lo hicieron- Y se sentó también con su cliente a conversar.
En el periódico se lee el encabezado: “Faltan 35 horas 20 minutos y 10 segundos para que ‘Destino’ impacte la superficie de la Tierra”
-Así que hasta acá llegó todo ¿no?- La voz del Vasco se empezaba a quebrar.
-Si- Decía su amigo y le daba un sorbo cortito a su café. Su mirada, sin embargo, no estaba en el café, ni tampoco en el diario, sino que rondaba la estación entera de subtes y se posaba sobre cada cabecita negra o rubia o roja, admirando como estas se desplazaban frenéticamente como un montón de electrones alborotados, sin un núcleo al cual rondar en movimiento elíptico. Pero enseguida se volvió a enfocar en la persona que tenía adelante, y evitó mirar su reloj como si por primera vez evitara el futuro.
-Desde que murió Martita, este café fue lo único que me quedó. Es mi única familia- decía el Vasco- ¡Sabés, he construido esto con mis propias manos! Y tal vez el mundo se esté viniendo abajo, pero no le voy a privar a la gente un buen café- La voz del Vasco se elevaba cada vez más, y resonaba por todo el café. Tal vez hasta lo estaban escuchando desde afuera. Mientras tanto, Martín ya había terminado su café con un largo sorbo y había empezado a jugar con los sobrecitos de azúcar. Sólo apilaba montañas y montañas de ese polvo blanco arriba de la mesa sin razón aparente. No dejaba de escuchar a su amigo, pero no mostraba el mínimo interés en lo que decía.
-Resultó ser un buen negocio- continuaba el Vasco- No sólo por la guita, sabés, sino por la gente que venía y charlaba, clientes muy especiales…- De pronto la voz del dueño del negocio empezó a ahogarse como una canción en fade out,  y la única cosa que le importaba ahora a Martín era ese montículo blanco de casi 10 cm que se presentaba en la mesa como una espina de marfil, una reunión inesperada de cristales ínfimos. Una coincidencia empujada por una fuerza que era su mano. Ahora esta era como un dios que congregaba todas la piezas faltantes del espacio en un sólo punto y las hacía caer desde una agujero negro. Todas las enanas blancas del universo convergiendo en un lugar, más de mil soles en el borde de la mesa del café del Vasco. Cualquiera si viera ese espectáculo desde el punto de vista de Martín, habría visto lo mismo, pero él era el único que sabía el punto exacto. Sólo seguía tirando polvo estelar, soles, azúcar, sobre más polvo estelar, soles, azúcar. Pero la pirámide palideció y se derrumbó con el primer estruendo. 15:29. Era hora de irse.
Sin hablar palabra, se levantó de su silla, y sacó de su maletín 6 pesos en dos billetes de $2, una moneda de $1 y dos de $0,50. El Vasco levantó su mirada, hace mucho que había terminado su discurso. Luego de apoyar la plata sobre la mesa, Martín sólo dijo “chau”, dio media vuelta y salió por misma puerta por la que había entrado hace 13 minutos.

Apenas salió notó la silenciosa tranquilidad en la que se había transmutado aquél caos indescifrable de partículas subatómicas. En ese mar puro de pensamientos calmos, avanzó tranquilamente hacía el pie de la escalera que sólo quedaba a 59 metros del café y donde siempre se habían encontrado durante 8 años a esa hora. Y como era de esperarse, ella ya estaba ahí parada. Con la misma sonrisa de siempre, con los dos soles iluminándola. Y Ahora, a las 15:30, un sol tapaba al otro (o tal vez se habían fusionado) y apoyaba su tibia luz en su cara y le susurraba cosas que al parecer la hacían reír. Todo estaba en paz. Él caminó. Ella lo vio. Y todo se volvió cada vez más blanco. Sus figuras se empezaron a desteñir, siguiendo un patrón que a él le parecía gracioso (nadie sabe por qué). Los contornos de sus sombras bailaban en un éter indescifrable. Y la nada misma invadió el lugar, haciendo de todo una sola cosa que estaría unida para siempre. Y nadaron en un mar de marfil.

lunes, 21 de octubre de 2013

Beso Calaveras

Ratas Inundan Puentes
Resuenan Iridiscentes Para
Rimar Intenciones Patéticas
Remontando Indiferentes Palabras
Ruge Inminente Parca
Renace Intentando Parar
Remo Infinitos Prados
Rompiendo Inocuos Pasados
Razón Iracunda, Peligrosa
Ratos Itinerantes, Pobres
Recuerdan Insensatas Pasiones 

Bajo El Sol Otra Cara Alega Libertad Amaneciendo Vacía En Rápida Atolondrada Sagacidad



lunes, 30 de septiembre de 2013

Asfódelos

Asfódelos
Por qué es tan difícil
Reptar en el brillo de una lágrima
Un armario de colores grises
Que no remontan vuelo
Ni siquiera en los días de oro
Que regala la primavera al murciélago
Por eso debo entre estas catacumbas
Rozar lo verde de los árboles en invierno
Pero no
No esta
No hay
No existe
Amarro una cuerda al extremo
De un zoológico lleno leones
Tiro y están todos muertos
Como si el piso se moviera
Y el cielo me aplastara
Cubro de noches las almohadas
Y de día cubro el alma de nada
De nada
Gracias
Perdón
Fluctúan rojas y amarillas
Las banderas de este barco
Este barco borracho
Que sólo lleva a islas
En donde habitaron los duendes
La sal quemó  a la serpiente
La petrificó
La absolvió de los pecados de vivir
Dejó que la piel se la devorara la tierra
Ni verde, ni dorado
Sólo azul
Infinito azul
Azul
Luz
Azul
Mírenme si quieren odiarme
Ábranme si quieren detestarme
No sólo no serán capaces
No
No pueden abrirme
Las doradas manzanas
En el sol se pudren
Y en este cuerpo
Soy un extranjero de cal
De azufre
Pónganme mi manto
Que oscurece y hiela
Celeste
Azul
Luz
No me maten más
No más
No lo necesito
Ya llegué a la cumbre del pozo
Cobran sin sinceridad vida
Mis manos en el viento
Se secan
Se caen al tratar de tocar mi rostro
Acaso no fue a Jesus al que dejaron en la cruz
No 
Yo estoy al lado
 Crucificado también
Lo salvaré y daré mi alma a cambio?
Nada me lo impide
Me lo impiden mis contradicciones
Cómo digerir todo esto?
Si se sabe que al final
Del río sólo hay muerte
Un mar sin fin
Fin
Sin Fin
El olvidó me olvidará
Soy único
Soy solo
Soy solamente dos
Soy tres
Soy el espejo del viento
La fuente mira derramando
Una lúgubre sonrisa hacia ningún lugar
Y yo estoy ahí
Donde nada pasa
Nada me hace temblar
No tengo frío
No tengo calor
No tengo piel
Lo niego tres veces
La sonrisa de la araña me haría feliz
La araña siente que vienen y se van
El olvido me olvidará
Basta
Basta
Basta
Dejenme dormir pájaros de mal augurio
Sólo hoy
Hasta que salga el sol
Sólo hoy
No me despierten
Estoy muy lejos.

Hoy.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Core

Si la mirada quiebra la paz que hay,
Mi mente no repone pensamientos en los días azules.
Si sólo la sangre de mi cuerpo fuera suficiente,
si sólo revivir fuera un juego,
si sólo no estuviera caminando contra un rio.
Frio se siente en primavera el sol
y rayo en un mural de verdades
los segundos que faltan
y los truenos que no me dejan dormir en paz
no hay sentencia para el asesino del mar
pero si la hay para el ladrón de mi solsticio.

Imbécil


Una luz amarilla alumbraba la ruta sólo llena de cáscaras de autos. Ahora eran dos. Ahora tres. Ese es el camino que debió tomar, pero su impaciencia y locura no tuvieron piedad. Éstas resolvieron por levantarlo de los brazos, uno de cada lado, y lo llevaron arrastrando por aquel sitio oscuro, a donde las luces no llegaban. Una explosión de sombras rojas saltaba en sus ojos y le nublaba la vista, la razón y hasta los oídos. “Lo voy a matar” se repetía a sí mismo, como tratando de convencerse de que de verdad, sin ninguna duda, esa persona debía morir. No importa cuanta lluvia tuviera que caer a sus pies rindiéndose y suplicando para que cambie la decisión ya tomada. Cada centímetro que avanzaba lo empujaba todavía más al crimen, a una celda, en la que pasaría encerrado toda su vida hasta el día de hoy. Sus labios se encorvaban formando una perturbadora sonrisa, y de un sólo movimiento el cuchillo se incorporaba a su mano saliendo de su cinturón marrón. Balbuceaba palabras sin sentido, frases inconexas, apenas se podía distinguir su ya repetido “Lo voy a matar”, creciendo junto a ésta frase su ira y su determinación. El sonido de las ramas quebrándose cuando las pisaba lo hacían regocijarse en la dulce fantasía de romper uno por uno, delicadamente, ruidosamente, los huesos de aquella persona, y una carcajada cobraba potencia desde su garganta. Sin darse cuenta sus pasos aumentaban, iban al ritmo de su corazón. Ahora trotaba. Ahora corría. Ahora había una puerta. Deleitándose con aquel ruido de poco aceite que hacía esta, entró clavando sus garras en la manija. Oh, ahí estaba, ese imbécil, el mundo le agradecería por matar semejante monstruo. Estaba decidido: Esa persona debía morir ya. La sangre ya estaba hirviendo dentro de su piel. Su cinturón se deslizo por el cuello del imbécil y cortó rápidamente cualquier salida o entrada de aire por su nariz o su boca. Ya estaba muerto, pero el cuchillo seguía aferrándose a la mano y luego se aferró trece veces al cuerpo del imbécil.

                Sentado en una silla, con los ojos bien abiertos, estaba él. Y al frente de él una persona que no dejaba de repetir “che, escúchame cuando te hablo. ¿Podrías ir trayendo la comida?”. Levantándose de mala gana de su asiento se dirigió a la cocina dejando salir levemente de entre sus dientes “Voy a matar a ese imbécil”.