domingo, 31 de agosto de 2014

Liberado

Las cosas que había visto antes no se comparaban con su cuerpo. Hubiese querido saber a quien se le había ocurrido crear tal obra de arte. El eco en la sala blanca rebotaba hacía mí mientras hablaba solo. Hace ya 5 días que fui traído a este lugar. Cuando me dijeron que estaba loco, lo único que pude hacer fue asentir, porque es verdad: yo estoy loco. No hubiese querido que fuese así, pero fue lo único que quedó luego de haber viajado por la inmensidad de valles huecos que se acumulaban en las cristalizaciones hemofóbicas de un ser que había sido succionado por el olvido hace tiempo. Así que decidí que estas paredes en las que estoy ahora encerrado no eran ni la mitad del confinamiento que llevaba teniendo desde unas eternidades, y asentí. ¡Pero qué! La puerta se abre todos los días a la hora del almuerzo y a la hora de la cena. ¡Bendito sea ese momento! Agradezco tanto haber asentido. Lo único que puede hacer que reciba algo de sol en esta plazoleta desolada de cemento es aquél majestuoso ser que se introduce en mi cuarto a aquellas horas. Cómo desearía algún día hablar con ese ángel descuidado que a veces deja caer la bandeja de comida al piso. El deleite explota cada vez en mí por eso, porque su torpeza hace que vuelva como Colón de su primer viaje a América, trayendo en vez de oro, una mopa para limpiar un desastre casi ordenado. Deja que este terrorífico suelo blanco, aburrido, amargo, insípido y otra vez aburrido, se convierta en un cuadro digno de alabanza en aquel lugar donde las arvejas de paquete se condensan en una masa verde, y el pollo a la mostaza recubre de amarillo vistoso el mármol formando un monumento dorado por sobre la angustia. ¡Ay, qué hermoso!
Esa chica que se hace llamar enfermera, alegra los espacios glaciares de este predio de imbéciles. Yo estoy loco. A veces ella suelta su negra cabellera destrabando su rodete mágico, y al contemplar el azabache perfecto, puedo recorrer aquella tempestuosa noche en la que gracias al destino de estar loco me trajeron aquí. La libertad se condensa en el cabello más fino. Cuando ella entra, sin embargo, yo trato de no mirarla a los ojos, no agacho la cabeza pero no la miro a los ojos. ¡Qué pensaría de un loco como yo! ¡Cómo podría un loco como yo mirar a esas esferas de emoción! Cuando se va entro en una nube de terror. Mi mente como está entregada al ocio eterno entre estas cajas blancas, lo único que hace es recorrer las memorias de la última visita de la Enfermera. A veces, cuando la desesperación es tal, alrededor de las 5 de la tarde, trato de mirar por la pequeña ventana de la puerta que da hacia al pasillo a ver si en una de esas ese ángel negro se aparece. Sólo pasó una vez, y fueron sólo milisegundos en los que la sombra se pudo distinguir. ¡Qué espectáculo!

Nunca salgo de esta sala. No quiero ver un loco más suelto. No hay nada más que me interese en las marionetas que solían hablarme como si fuera alguna especie de convención en la que uno se debe disfrazar de la cosa más feliz. Yo no uso disfraces, aunque sean coloridos, para mí son grises del 2. No puedo soportar que pasando el umbral de la puerta se me tenga como un inferior, como una lacra que hay que rectificar en su camino, como un perro con rabia que hay que curar o matar. Me destierran a una bóveda de frustración en la que estuve ya encerrado mucho tiempo. ¡Imbéciles! ¡Acá ya fui enterrado en mi libertad! Y ella llega cada día y me ofrece su caleidoscópico show y su pureza en el más simple de los errores ¡Oh, si pudiese escupir alguna palabra al verla!
  Hoy seguro volverá a entregarme su universo de zanahorias hervidas y carne roja vacuna que terminarán creando alguna especie de dios extraño en el lienzo de mármol. Un dios que traerá paz mientras ella vaya, traiga entre sus manos la mopa y resuelva por borrarlo como un artista que busca la perfección, mientras deja entrever la noche y sus murciélagos en la cabellera espacial.
¡Ahí viene!¡Qué gentileza la suya! Esta vez trae fideos con salsa bolognesa. Uno de estos se escapa de la multitud con la que convivía en el plato y enfrenta su camino al vacío. En el piso forma un ídolo blanco desangrandose en un maravilloso atardecer. ¡Qué obra maestra! ¡Qué lindo es asentir!

martes, 19 de agosto de 2014

La despedida racional

-Y ¿qué esperabas? ¿Que me quedara acá para siempre?
-Bueno... no... no sé lo que esperaba
-¿Y entonces?
-Ya te dije, sólo quería un poco más de tiempo
-¿Tiempo? ¿Tiempo para qué? ¿Qué es eso tan importante que tenés que hacer con el tiempo?
-Pero si es por eso que lo necesito, para saber qué es lo que tengo que hacer con él
-¡No me hagas reir! Tu tiempo se ha acabado hace mucho, ya me tengo que ir
-Igual entiendo que uno nunca entiende la despedidas
-Seguís siendo un imbécil hasta en tus últimas palabras
-Pues así me siento

La putrefacción que existe en cada uno no puede ser vista nunca a primera vista, y puede ser acumulada en montañas infinitas, pero el velo del lenguaje puede ocultarla. La gente dice que soy una persona buena, a veces pienso qué sería serlo. Hoy vi a un hombre revolviendo la basura, se agachó con facilidad y de una bolsa de consorcio pudo capturar una banana podrida, la cual iba a degustar (pude percibir) con disgusto como quien se enfrenta a sus horas en solitario, con valentía pero triste. Sin pensar mucho, doblé la esquina (Jujuy y 9 de Julio) y encaré un kiosko con la idea de comprar un jugo para aliviar la sed que sentía luego de haberme cocinado en una pileta de sudor toda la tarde (el sol cordobés había extendido las horas más infernales de mi vida). Al llegar a la puerta reviso mi billetera: solamente 17 pesos mugrosos que aún siendo pocos podrían haber logrado su cometido: un jugo. Pero no había planeado nunca lo que hice, sin embargo, lo hice sin discusión alguna con mi sed, como si esta se hubiese subordinado totalmente a la resolución tomada por aquella máquina misteriosa que poseemos dentro de nuestras cabezas (supongo que los procesos mentales por lo cuales uno pasa al hacer estas cosas son irremediablemente complicados [o así lo llaman los psicólogos {de esos que cobran 700 la hora para decirte que tenés un edipo {{hip hip}} y un electra y ¡vaya a saber uno qué otro personaje de la mitología griega!} para no tener que perder su trabajo] y probablemente irreductibles al acto mismo). Pregunté (sin preguntarme) el valor de las empanadas y este resultó de 7 cada una. Compré dos porque no me alcanzaba para más y regresé a la esquina y crucé la calle y extendí la bolsa de papel con las empanadas (árabes por cierto [de esas que suelen hacerse típicamente en arabia {harina 0000 500 grs; levadura fresca 10 grs; agua 150 cc; leche 150 grs; sal a gusto; para el relleno: 1/2 kilo de carne picada {{alimentando ballenas}}; cebolla 4 cdas; morrón rojo {{no sea zonzo, que el verde no sirve}}; 1 ajo; y sal a gusto por supuesto} donde hay guerras] que son muy ricas) hacía aquél señor. No lo dejé hablar mucho y me fui dándole un afectuoso "nos vemos, maestro", de esos "nos vemos, maestro" que no sirven para nada. Y antes de eso un más inútil y mediocre "ojalá pudiese hacer más". "Ojalá" (del árabe [ahí vamos de nuevo] "oj", que siginifica "quiera" y "alá", que es algo así como un dios) ¡"Ojalá"! ¡si yo PUEDO hacer más tranquilamente! (dos hombres van a la playa y uno le dice al otro -señor, ¿usted no nada nada?- el otro responde -es que no traje traje)
Bueno, entonces, conclusiones sacadas: todo lo que hice fue pésimo. Ahora ustedes estarán en sus casas diciendo "oh, qué buena persona es este chico" (cosa que también es el motivo de este escrito [la propaganda es importante ¡Che!]). ¿Qué clase de acción fue esta? Lo que la gente suele llamar inútil. El tipo este va a seguir muriéndose de hambre, mientras yo estoy por comer un arroz (que [aunque lo vaya a quemar como siempre] sigue siendo mejor que aquella apetitosa banana negra). No creo haber calmado ningún hambre mundial (hay un poco de este ¿no?) y nunca lo voy a hacer. Mis brazos y piernas sincronizaron una marcha torpe obedeciendo a mí cerebro por una estúpida satisfacción personal de creer que había hecho lo correcto. Lo peor es que yo sé que lo haría de nuevo, pero por comodidad. A veces doy asco. Y todos damos asco.

Nadie pudo ver que toda está locura estaba en mí desde un principio, porque la oculté con el disfraz de una sonrisa que significaba muerte. Y ahora un gran murciélago gris me quiere llevar a pasear por la noche. Yo le digo que no, pero sus palabras son tan suaves y harmoniosas que convierten en azúcar mis oídos. Y le doy la oportunidad, por que sé que ahora soy un poco más loco que antes aunque las alas del murciélago desfallezcan a medio vuelo.

-¿Seguís aquí?
-No, en realidad, volví
-¿Por qué?
-Supongo que por comodidad