martes, 19 de agosto de 2014

La despedida racional

-Y ¿qué esperabas? ¿Que me quedara acá para siempre?
-Bueno... no... no sé lo que esperaba
-¿Y entonces?
-Ya te dije, sólo quería un poco más de tiempo
-¿Tiempo? ¿Tiempo para qué? ¿Qué es eso tan importante que tenés que hacer con el tiempo?
-Pero si es por eso que lo necesito, para saber qué es lo que tengo que hacer con él
-¡No me hagas reir! Tu tiempo se ha acabado hace mucho, ya me tengo que ir
-Igual entiendo que uno nunca entiende la despedidas
-Seguís siendo un imbécil hasta en tus últimas palabras
-Pues así me siento

La putrefacción que existe en cada uno no puede ser vista nunca a primera vista, y puede ser acumulada en montañas infinitas, pero el velo del lenguaje puede ocultarla. La gente dice que soy una persona buena, a veces pienso qué sería serlo. Hoy vi a un hombre revolviendo la basura, se agachó con facilidad y de una bolsa de consorcio pudo capturar una banana podrida, la cual iba a degustar (pude percibir) con disgusto como quien se enfrenta a sus horas en solitario, con valentía pero triste. Sin pensar mucho, doblé la esquina (Jujuy y 9 de Julio) y encaré un kiosko con la idea de comprar un jugo para aliviar la sed que sentía luego de haberme cocinado en una pileta de sudor toda la tarde (el sol cordobés había extendido las horas más infernales de mi vida). Al llegar a la puerta reviso mi billetera: solamente 17 pesos mugrosos que aún siendo pocos podrían haber logrado su cometido: un jugo. Pero no había planeado nunca lo que hice, sin embargo, lo hice sin discusión alguna con mi sed, como si esta se hubiese subordinado totalmente a la resolución tomada por aquella máquina misteriosa que poseemos dentro de nuestras cabezas (supongo que los procesos mentales por lo cuales uno pasa al hacer estas cosas son irremediablemente complicados [o así lo llaman los psicólogos {de esos que cobran 700 la hora para decirte que tenés un edipo {{hip hip}} y un electra y ¡vaya a saber uno qué otro personaje de la mitología griega!} para no tener que perder su trabajo] y probablemente irreductibles al acto mismo). Pregunté (sin preguntarme) el valor de las empanadas y este resultó de 7 cada una. Compré dos porque no me alcanzaba para más y regresé a la esquina y crucé la calle y extendí la bolsa de papel con las empanadas (árabes por cierto [de esas que suelen hacerse típicamente en arabia {harina 0000 500 grs; levadura fresca 10 grs; agua 150 cc; leche 150 grs; sal a gusto; para el relleno: 1/2 kilo de carne picada {{alimentando ballenas}}; cebolla 4 cdas; morrón rojo {{no sea zonzo, que el verde no sirve}}; 1 ajo; y sal a gusto por supuesto} donde hay guerras] que son muy ricas) hacía aquél señor. No lo dejé hablar mucho y me fui dándole un afectuoso "nos vemos, maestro", de esos "nos vemos, maestro" que no sirven para nada. Y antes de eso un más inútil y mediocre "ojalá pudiese hacer más". "Ojalá" (del árabe [ahí vamos de nuevo] "oj", que siginifica "quiera" y "alá", que es algo así como un dios) ¡"Ojalá"! ¡si yo PUEDO hacer más tranquilamente! (dos hombres van a la playa y uno le dice al otro -señor, ¿usted no nada nada?- el otro responde -es que no traje traje)
Bueno, entonces, conclusiones sacadas: todo lo que hice fue pésimo. Ahora ustedes estarán en sus casas diciendo "oh, qué buena persona es este chico" (cosa que también es el motivo de este escrito [la propaganda es importante ¡Che!]). ¿Qué clase de acción fue esta? Lo que la gente suele llamar inútil. El tipo este va a seguir muriéndose de hambre, mientras yo estoy por comer un arroz (que [aunque lo vaya a quemar como siempre] sigue siendo mejor que aquella apetitosa banana negra). No creo haber calmado ningún hambre mundial (hay un poco de este ¿no?) y nunca lo voy a hacer. Mis brazos y piernas sincronizaron una marcha torpe obedeciendo a mí cerebro por una estúpida satisfacción personal de creer que había hecho lo correcto. Lo peor es que yo sé que lo haría de nuevo, pero por comodidad. A veces doy asco. Y todos damos asco.

Nadie pudo ver que toda está locura estaba en mí desde un principio, porque la oculté con el disfraz de una sonrisa que significaba muerte. Y ahora un gran murciélago gris me quiere llevar a pasear por la noche. Yo le digo que no, pero sus palabras son tan suaves y harmoniosas que convierten en azúcar mis oídos. Y le doy la oportunidad, por que sé que ahora soy un poco más loco que antes aunque las alas del murciélago desfallezcan a medio vuelo.

-¿Seguís aquí?
-No, en realidad, volví
-¿Por qué?
-Supongo que por comodidad

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