domingo, 9 de noviembre de 2014

La sonrisa del Joven Miles

Parecía como si le faltara un ojo de la cara. Cerraba un ojo mientras dejaba el otro abierto para verla en planos diferentes que lo hagan disfrutar más de su aparentemente aburrido diálogo con la foto. La exposición había empezado a las 13 horas, pero él llegó tarde porque nunca alcanzaba a almorzar antes de ese horario. Había recorrido ya toda la muestra del afamado fotógrafo, excepto por una foto que estaba ubicada en el último piso del museo. La graciosa imagen de una sonrisa que se pintaba como una redonda linea sobre el rostro de una chica captó más que nada su atención. Se complementaba con él como si fuera algo que hubiese dibujado aunque cualquiera hubiese podido blandir el pincel y cortarle la cara con una "u". Se encorvaba de costado pensando en que esto ayudaría mejor al entendimiento de las emociones expresadas por la chica. No sabía si estaba funcionando. La cara a veces se redondeaba, casi plácida en su curva, pero no podía de verdad saber si esa chica estaba realmente siendo feliz. Tal vez la estaban torturando y amenazando de muerte para que sonriera y tomarle una foto que valdría una buena plata. No quería encontrar ninguna ventanita escondida como Castell, sólo quería saber el motivo ¿Qué podría hacer que esa persona se pensara feliz en ese momento y sonreír de tal forma?

No era una risa como la de la Mona Lisa, sin duda, pero se asemejaba a esta en ese trato tácito con un autor. complicidad de ideas, hilos que se tejían entre el fotógrafo y la persona, dejando fuera del telar aquellos seres que habitaban alrededor de la sonrisa. Estos, como sombras imaginarias tomaban parte en la mejilla izquierda que era aquella que estaba más alejada de la cámara. Se encontraban ahi, entonces, esas pecas nefastas que aparecían como ruidosos agudos disonantes en una sinfonía. ¿Cómo podrían ser parte esos adefesios de una foto que debe expresar felicidad en el observador? La realidad era que no había ningún objetivo puntual en analizar estas pecas, sólo desviaban un poco la solidez con la que el Joven Miles venía armando su crítica a la sonrisa.

 La permanente mirada de soslayo que sostenían los ojos de la chica no reflejaban demasiado, sólo que había un punto al cual mirar. Tal vez ese punto no era el fotógrafo, ni el paisaje natural, imaginando una cuarta pared que haya sido consecuente al fondo, sino que haya sido el mismo Miles, como un objetivo secundario de la chica. Pero ¿Por qué esa chica le estaría sonriendo a él? En sus ojos (los del Joven Miles) se empezaba a dibujar una angustia, como si una condena le hubiese sido puesta sobre su persona en ese mismo momento. Una duda le estaba resultando fatal. Veía la sonrisa, veía los ojos, veía las montañas, los pinos, los lagos, las sierras, la fauna; pero más que nada veía ese ardor de alegría que brotaba en una emoción incansable sobre la imagen impávida de la chica.

 Bien podrían estar ofreciéndole algo valioso, algo que esté entre las cosas más valiosas en este planeta, algo como oro o redención u otras de esas absurdas posesiones que el hombre esconde en sus cofres sólo para ser parte de un definitivo olvido, pero que sirven para sustentar una vida precaria.

Pero entonces ¿Por qué le sonríe al Joven Miles? Ahora ya tenía que responder dos preguntas y esto le molestaba mucho a Él, y le pareció un poco que a la chica de la foto también. Tal vez sus cejas marrones habían decaído, un poco  o mejor dicho, arqueado un poco hacia el centro de la cara, pero su sonrisa brillante permanecía como un muro de engaños puesto al sol y que no permitía ningún traspaso de información. Ningún por qué podía ser deducido de esa sonrisa. Pero justamente, si no había ningún por qué. entonces ¿Por qué? Joven Miles no dilucidaba una respuesta y se concentraba plenamente en la contemplación de la foto. ¡No le sonrias más! Empezaba a inquietarse y el tiempo se fundía en la sola forma de las olas que componían la atmósfera del museo. Volaba una aire de plomo por sobre su cabeza, exprimiéndola de forma dolorosa.

La sonrisa seguía inamovible de su contexto, aunque cada tanto resultaba un poco más alegre para el que la veía. Ya empezaba a ser una pesadilla. Tenía la esperanza de que la sonrisa no fuese un momento fugaz inmortalizado y que algún día se disolvería como el polvo en el agua. La sala ya empezaba a oscurecerse: el museo estaba cerrando.

Entonces lo encontró. El motivo se hizo tan claro en su mente y a la vez había sido oscurecido de golpe. Había transformado esa ansiedad por odio. Las monstruosas pecas, los ojos inútiles, el paisaje alrededor de la chica, su voluntariedad para sonreír, las masas deformes que se escondían como ideas dentro de su mente mientras le tomaban la foto, el fotógrafo que actuaba como perpetrador de la malicia que le estaba provocando, todo apuntaba hacia él. Se estaba burlando del Joven Miles con su estúpida sonrisa. Le echaban en la cara la felicidad que no se podía alcanzar con meros objetivos, sino con un instante. Eso convenció al Joven Miles de que esa maligna sonrisa era una obra esculpida para criticarlo, para comunicarle desde un mundo aparte que no existía tal cosa como la felicidad, sino las sonrisas proyectadas hacía un punto infinito. Esto lo irritó.
Cansado de ser insultado, sacó su encendedor rojo y maniobrándolo como haciendo esgrima, lo acercó al diablo ensoñado que tenía al frente.
5 años luego, salió de la cárcel y contento tarareando el segundo movimiento del primer Concierto de Brandenburgo de Johan Sebastian Bach, siendo esta una melodía muy contraria a su humor.

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