sábado, 1 de noviembre de 2014

La Ciencia de los Inútiles (homenaje a Omar)

Tomó café. Se vistió. Dejó lo demás a un lado. No quiso ver a nadie, se sentía fatigado. Todo el trabajo que quedaba por delante sólo lo hacía ponerse más nervioso. Salió a las calles, dio una vuelta a la manzana y volvió a su casa. Sólo en su sillón fumaba una pipa. Dejó de fumar. Se agarró la cabeza y luego gritó muy fuerte. La gente lo escuchó desde afuera, pero sólo fue otro grito común en la tormenta de una ciudad. Verde y rojo, verde y rojo. Supuso que debía hacer algo, pero nada salió de su mente. Se encerró por días tratando de terminar sus trabajos pero lo único que conseguía era agarrarse la cabeza y gritarle al ruido y al silencio como si fueran un amalgama de sonidos. Miraba las guitarras en el piso ¿Por qué no querían calmarlo?. Sintió que la locura lo envolvía a tal punto que no dejaba de hablar consigo mismo sobre la próxima cosa que debería hacer. Nada. Las pantallas estaban prendidas y lo embobaban cada tanto, lo distraían de su rutina. "No se puede" decía cada tanto, "me rindo" y se acostaba en la cama sin lograr que sus párpados se juntasen para entrar en el sueño. Su cabeza volaba, y sus piernas se movían como un auto, pero encerrado en su casa. Lo único que hacía era ir y volver mientras repensaba su vida una y otra vez. Catalogaba los errores, hacía cuadros de doble entrada (en su cabeza) sistematizando los hechos de su vida, poniéndoles un fin y una causa. Nada se escapaba de la ardiente mirada del reloj que daba vueltas sin ninguna objeción, despiadadamente. Entró y salió, saltó y se agachó. Pero el paisaje no cambiaba. No podía mantener la mirada fija en un punto, porque en seguida este se volvía borroso y ya se estaba volviendo algun otro punto de alguna otra parte de la habitación. Su encierro se hacía cada vez más solitario. No podía moverse a la cocina, le daba miedo lo que podía hacer con todos esos cuchillos ahí. Desesperado por sí mismo, retrotraído a un mundo que es infinito y finito al mismo tiempo, nada podía encontrar en sí mismo. No se puede ver más allá de nada. Los mundos paralelos que se conectaban en su mente afloraban, pero él no era parte de ninguno de esos mundos y eso le dolía más. Ya no podía confiar en su reflejo. Sus ojos inyectados de sangre denotaban que no había dormido en mucho tiempo. Re pensó muchas cosas. Luego las descartó. Nada en este mundo le servía para escapar ni de su sombra, ni de sus ojos inyectados. Comenzó a contar: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9... 1001, 1002, 1003... 16074, 16075... Dejó de contar. No había solución en los números tampoco. La lógica era un enemigo del sentdo irracional que tenía su comportamiento. Él era un -1. Ya sin darse cuenta, dejó de ver. Sólo veía las imágenes que su mente disponía para él. Pedazos de papel. Árboles quemándose. Falta de gravedad. Pasos para atrás. Páginas devoradas. Lamentos que corroen.
De pronto, en plena corrosión, se encuentra tirado en su cama. Yacía como si estuviera ya muerto, pues para él ya lo estaba. Como dos bóvedas sacras, sus párpados se cerraron y tiraron la llave a un río que pasaba por el living. Se encontró en un desierto, frente a un oasis. El viento soplaba suave y las espinas de los cactos pinchaban como plumas. Sentía dolor, pero un dolor tan hermoso que lo adormecía. La cómoda brisa pasaba desfilando, esperando que se le tomaran fotografías. La arena estaba ahora arriba y debajo de su espalda. Miró a su lado y un asfódelo tímido se escondía detrás de una roca grisácea pero graciosa. No la arrancó, pero la acarició con delicadeza como una madre. Sonrió. "El mundo no acaba si el hombre hace muros sin sol" pensó, sin saber si estas palabras se las inducía el mismo sueño o si las había dicho él. Tal vez era lo mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario