lunes, 29 de septiembre de 2014

Las ciudades estables

"Las imágenes de la memoria, una vez fijadas por las palabras, se borran- dijo Polo- quizá tengo miedo de perder a Venecia toda de una vez, si hablo de ella. O quizas hablando de otras ciudades, la he ido perdiendo poco a poco" Ítalo Calvino- Las ciudades Invisibles.


Cada vez las ciudades tienden a fallar más. La convicción de que en un pueblo (sea catalogado como ciudad o no) el tiempo da vueltas a menos revoluciones que en una ciudad entró en mí hace ya hace unos pocos días como un hombre que entra en el vestíbulo, deja su sombrero de tres puntas en el  perchero y luego de limpiarse los zapatos, entra a la casa. Las cosas suelen verse diferentes cada vez que hago un viaje más hacía mi pueblo, pero lo que cambió drásticamente esta vez, fue una pelusa que se había atorado en mi ombligo. Esa molestia que venía de aquellos virulentos espacios citadinos que no esperan la hora del ocaso.

Se convierten, en el paso de un espacio a otro, los canillitas que respiran hollín a las 7, las jóvenes desnudas que salen al balcón con los pechos lívidos, los autos apelmazados en una esquina retrasando las agujas del reloj, los guardias de seguridad que dan paseos inmensos por los edificios, los hombres a los que les gusta el aire infectado de golondrinas y palomas, las casa planas con gente tomando sol en los techos mientras humean los termos y las hojas secas que caen sin consideración de los niños que las pisan en las plazas; en señores altos sin relojes que entregan los papeles al aire frío, señoras que cierran sus ventanas y sonríen con consideración, perros que aúllan a las nubes que son las únicas que reciben cálidos abrazos, niños que les gusta jugar al mago blanco en los patios de los zorzales, los triángulos vistosos de madera en los que reposan los longevos vecinos de todos en la comodidad de su hoguera y las desequilibradas lluvias que juegan cuando dobla el viento en las esquinas vacías de algún vistoso cerro. Estas imágenes se desplazan por dos ciudades diferentes tratando de licuar sus sólidas estructuras, y establecer entre ellas un contacto al menos. Se siente a veces que una es la otra, así a veces son los hombres altos los que respiran el hollín, y otras las jóvenes desnudas las que cierran las ventanas cuando tienen frío. 

Al parecer ciertas horas en mi pueblo pudieron realizarse como si fueran sueños flotantes casi tangibles con el dedo pulgar. Pude entender por qué regresaba y por qué me iba. "No vas a volver" me dijeron muchas veces, creo que tanto ella como yo lo sabíamos, pero mis respuestas siempre fueron "no sé". Una mentira necesaria.

El pueblo permanece inmóvil. Su estabilidad es tal que incluso las campanas vibran por un corto periodo de tiempo. Asombrada, permanece petrificada como si a algún pintor decimonónico se le hubiera caído la paleta de tonos grises sobre la de colores y una laguna planchada como espejo se hubiese formado en la tierra.

En ciertos lugares se suele saber más del silencio que de cualquier otro sonido. Mi pueblo es uno de estos. El silencio te habla y te deja respirar a la sombra de algún ciprés. Te deja evocar vidas pasadas en las que se sienten instantes de felicidad y nostalgias de guitarras tristes. Por eso es un lugar al que uno no puede volver definitavamente. El aire helado que entra en los pulmones te deja un sabor amargo pero sólo lo deleitás por un instante. Sólo podés disfrutar este mientras seas consciente de tu salida. Como cuando el hombre de sombrero de tres puntas tenga que volver al vestíbulo pero esta vez para sacar su sombrero de tres puntas del perchero luego de haber paseado alegremente por la casa. Así los autóctonos descansan en apacible sueño con el tronador que mece la cuna pedregosa y blanca con su mano de azul. Pero no los extranjeros, ellos deben esquivar y disfrutar al mismo tiempo, porque el silencio se hace eterno en esos días de sueño.
Así los habitantes del pueblo entienden que su destino es vivir estancados en la cetro de Cronos, a pesar de ver las fugaces caras de desconocidos que envejecen envidiando su suerte sin decirlo nunca.


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