Yo a un costado del círculo danzante. Yo, nadando en la corriente de vino que esparce sin mirar a nadie, la alegría que yo espero. Hermoso. Mis ojos rojos deseaban compartir el espíritu de la tierra que proporcionaban los platillos oxidados. Pero en abundancia la tristeza se bañaba tranquila en mi sangre, sangre de poeta muerto, de músico mudo, de pintor ciego, de esperanza aún caliente. Confrontar la derrota en el medio de la gala de sonrisas, devastando el mundo que quería crear con mis sola imaginación. Ella siempre se cruza en el medio, haciéndome recordar que he perdido y que la impotencia sólo se puede traducir en una sonrisa falaz que escala desde el nudo en la garganta hasta los dientes amarillos, expulsándose a ella misma de un cuerpo que rechaza.
Pero la costumbre hizo al caballero. Hizo que poco a poco la carne se fuese haciendo transparente y el alma de amante de preescolar se degradara en la tierra. ¿Cuántos días podrá respirar allá abajo? Ahogada entre las nubes plateadas de un cigarrillo, desfiguradas por el viento huracanado. Concedo la palabra al whisky. Ese viejo amigo que está cuando la soledad se hace presente. Somos tres y sin embargo uno habla.
La orquesta patética (pathos) no consiguió el efecto esperado. La felicidad nunca es completa cuando vas perdiendo. Vi mis huellas como acantilados, cada paso era caer y enfrentar el viento en la cara hasta que mi nariz era acolchonada por el duro suelo. Pero sin embargo, sentía esa efervescencia benigna que roncaba. Ella siempre supo. Qué noche. Pero tocó perder. Alguna vez (a veces en mis sueños pasa) me tocará ganar y despertará el gran murmullo que yace en la trompeta desafinada para dar rienda suelta a un gran festín dionisíaco y las lágrimas serán sudor en sangre caliente. Esta es por ahora la verdad de un muerto.
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