jueves, 18 de junio de 2015

Reclamos retorcidos de un mitómano

Las palabras que se escribirán a continuación no son esencia, sino que estan ordenadas aleatoriamente en una forma que explica, entre otras cosas, el estado en el que se encuentra mi mente y son sus relaciones las que pueden llegar a denotar algo. Se tratará en este escrito, de cerrar los ojos y explayar una molestia que se apega al alma como piedrita en el zapato, que aunque pequeña, no deja caminar. Se pondrá en cuestión la idea de una nada a la que se tiende a asegurar como la verdad misma que inunda la mitad de las cosas, pues no todo está hecho al cien por ciento de realidad pura. Yo por ejemplo, no soy real, existo, pero no soy real (Agilulfo de los Guildivernos me llamo). Cuando las líneas chocan la delgada capa, un toro majestuoso reanima su corazón senil. Cuano se reanima el toro, las olas del mar rojo se abren confundidas y yo paso admirando las terribles criaturas que se cubren con espuma de sal blanca de vergüenza, pues alguien las ha descubierto.
Yo, que procuré deshacerme de los remolinos infernales que azotaban a la desdichada Troya, dormí mil años en la lágrima dulce que era la sabia de aquel ciprés. Cuando desperté ya La Ciudad de las Murallas era cal sobre desierto y latía el corazón de un guerrero que en otra vida me había quitado el maíz de mi huerto.
Porque los hombres no nacimos para sufrir, ni para reír, sino para que accidentalmente nuestras manos azules levanten la taza de café de cada día y las murallas de sangre despierten la maquinaria sinfónica al compás de un pianista loco. Ya sabemos mucho sobre como no entendemos nada. También sabemos que lo que entendemos es lo que menos entendemos. A nuestros no-saberes les podemos agregar que lo oculto es nuestra materia preferida en términos existenciales.
¡Reclamo este gramo de azúzar y sal como mío! ¡Anuncio que todo aquél que pise este país llamado Agridulce, tendrá que llevar botas negras! El rey soy yo y quiero saber hasta dónde llegan los pies de los viajeros que pisan mi reino. Tengo miedo de que alguna emboscada se haga efectiva mediante el oculto arte de esconder los pies en la arena. Por supuesto que este rey fue estrangulado por las manos de alguien y no por sus pies, pero murió feliz de que su estrategia hubiese funcionado.
Despertar muerto es un problema que debe solucionarse con un poco de mate cocido digo yo. Como agujero sirvo. A veces cuando me aburro, le hago creer a la gente que escribo un cuento, y se lo hago leer todo. Cuando terminan, su cara se pone pálida, y dejan de entender el mundo en el que vivo. Lo único que no entienden en realidad es que estas palabras que caen espiraladas por las hojas no son más que un reflejo de una mente cuyo funcionamiento deficiente no tiene otra manera de hacerse ver. El círculo perfecto es el deseo de que algo que se eleve por sobre el barro espeso e inmaculado y ajedrezado, y me diga las últimas palabras.
Les dije el otro día a los chicos que eran mi pala. Sí, mi pala. Cuando la muerte cobra su día de pago antes de ir a algún bar a hablar sobre dadaísmo, a aquél que le quitaron sus días se lo entierra con una pala a su lado. Otra vez, la duda invade y en ella se aloja la idea de la posible resurrección del fiambre. Por estas razones, la pala es enterrada junto al cuerpo por si el muerto despierta y en una de esas quiere salir (tal vez muerto la pase mejor). Así, por si alguna vez se me ocurre vivir, sé que tengo una pala al lado.

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